María, Michael y Richard vuelven a la casa de su infancia, en Hamble-le-Rice. Llegan en barco y van tardísimo a un entierro pero el tiempo en el Hamble nunca trascurre del mismo modo. Los tres hermanos, vueltos al hogar, recuerdan episodios de su infancia de la mano de Richard, que ha recogido en varios cuadernos las vivencias de aquellos días con la ayuda de los diarios de su madre. Fueron tres niños felices allí, en la casa de su abuelo, esperando a que mamá les construyera su propia casa en el árbol. Ana había esperado iniciar una nueva vida en Hamble-le-Rice con sus tres hijos superdotados, cansada de la reticencia del colegio español, mortificada por sus propios recuerdos de la escuela, profundamente triste por la reciente muerte de David, su marido. Los cuatro juntos, a la orilla de un río con mareas dobles, construyen su propio universo particular en donde todo es posible, incluso la libertad.
«Opino que una casa hecha para todos igual no puede funcionar, sobre todo si los niños son intrépidos e inteligentes (…). Los mismos principios de una casa en el árbol pueden aplicarse a la educación.«
Para todos aquellos que seguís a Lea Vélez en las redes sociales o que habéis leído El jardín de la memoria, ya estaréis familiarizados con la autora y sus circunstancias: Lea es viuda y madre de dos niños superdotados (disculpad la etiqueta). Y para todos aquellos que disfrutamos cuando inicia una entrada en facebook escribiendo «Entra el de nueve y me pregunta: mami, ¿crees que sería posible inventar un chip que se implantase en el cerebro de los bebés para que aprendiesen todo lo que supuestamente se aprende en la escuela?» esta novela es un regalo. Una historia de imágenes y metáforas preciosas sobre la libertad, sobre la infancia y sobre el derecho de todos los niños a ser reconocidos como personas singulares; pero también una historia sobre aprender a vivir de nuevo.
Leer Nuestra casa en el árbol es disfrutar del ingenio de Lea, de sus juegos de palabras, de sus «no soy literal» y de las adorables excentricidades de sus personajes (originales y únicos, seguramente porque están inspirados en niños reales). Pero lo que más me ha gustado de Nuestra casa en el árbol es la crítica observación sobre la educación reglada a la que sometemos a nuestros hijos. Ana, la protagonista, que también fue una niña de altas capacidades, todavía recuerda los sinsabores de su escolarización; y quizás por ello sufre por partida doble el dolor de sus hijos de tener que ir al colegio a copiar «Pilar pela el pomelo» cuando en casa le están preguntando por el Big Bang, la extinción de los dinosaurios, el origen de la vida, la densidad planetaria o la falta de atmósfera en el espacio.
«-¿Y a qué vas al colegio?
-Yo voy al colegio a llorar.«
La protagonista no quiere comprar una casita prefabricada y podar las ramas del árbol para que encaje allí. Prefiere respetar la singularidad de su árbol, las preferencias de sus hijos, y construir una casa a medida, que no encaje por la fuerza de la poda sino que se adapte a la originalidad del árbol y de los pequeños. Los niños van al colegio para que se les pode sus mejores ramas con la finalidad de que a todos les quepa el mismo kit de conocimientos superficiales, apunta Lea en estas páginas.
La absurdidad de los mecanismos escolares y su nulo respeto por las inteligencias múltiples, por la imaginación o la diversidad de capacidades de los alumnos, se conjuga con el otro elemento omnipresente en esta luminosa historia: la libertad. En Nuestra casa en el árbol encontramos personas que buscan la libertad, personas que han nacido libres y siguen indómitamente libres, personas que encuentran la libertad al sumergirse en la naturaleza del Humble y personas que ni siquiera se han planteado alguna vez el concepto de libertad. Libertad de amar, de viajar, de pensar, de vivir, de estar triste, de llorar… Por eso los críticos literarios hablan de que los protagonistas de esta nueva novela de Lea Vélez encuentran refugio en su propia Arcadia.
Lector, nos advierte Lea que cuando un niño nos dispara con el dedo debemos morirnos (y si nos morimos fabulosamente, mejor).
Nota: Debería haber leído
El jardín de la memoria o
Nuestra casa en el árbol antes que
La cirujana de Palma para conocer mejor a la autora, su sentido del humor, su ingenio y sus jocosas sátiras. Lector, si todavía llego a tiempo: deja para el final a la cirujana, ya entenderás por qué.
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