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La época victoriana en la literatura, de G. K. Chesterton
Dice Chesterton que la novela del siglo XIX fue femenina, al igual que la del XVIII había sido masculina. Por eso aborda el retrato de la literatura en época victoriana remontándose a Jane Austen, Mary Shelley y las hermanas Brontë para entrar en materia propiamente victoriana con George Eliot y Elizabeth Gaskell. Chesterton habla de Charles Dickens, que odiaba a los Tudor, a los abogados y la opresión sistémica sobre los desfavorecidos y que «no tuvo una idea sino un anhelo«; de Wilkie Collins, Anthony Trollope, William M. Thackeray, Bulwer-Lytton y Disraeli, George MacDonald y Lewis Carroll. Confiesa y argumenta que los escritores victorianos fueron los mejores humoristas de Europa y se declara rendido admirador de quienes considera los más grandes poetas de la época: Tennyson y Browning. Y, sin embargo, con el fin del siglo XIX y los últimos años del reinado de Victoria, Chesterton todavía no sabe si Inglaterra sigue siendo católica o pagana, analiza la actitud de Oscar Wilde, de William Morris («después de él Inglaterra está dividida en tres clases: granujas, idiotas y revolucionarios«), de Arthur Conan Doyle, George Meredith o Henry James y de los últimos autores que, pese a escribir gran parte de sus obras ya en el nuevo siglo, heredaron el espíritu literario de la época victoriana.
«Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX, el espíritu revolucionario (inglés) tomó cuerpo a través de la literatura. En Francia, los revolucionarios se expresaban mediante la acción, mientras que en Inglaterra lo hacían a través del arte. Resulta curioso observar cómo los ingleses tienden más al pragmatismo y los franceses al idealismo: nosotros fuimos rebeldes en lo artístico y ellos a través de las armas.
(…) Los héroes y criminales de la gran Revolución francesa habrían sido incapaces de alcanzar aquella independencia de la imaginación, del mismo modo que Keats o Coleridge habrían sido incapaces de ganar la batalla de Wattignies (…) y si Jean-Baptiste Carrier, con sus actos desmesurados, convirtió el Loira en una carnicería, Turner literalmente prendió fuego al Támesis.«
Gilbert Keith Chesterton (Londres, 1874 – Beaconsfield, 1936) fue un periodista, novelista y filósofo inglés conocido por su mirada crítica, sus fundamentos cristianos, sus paradojas, su sentido del humor y los relatos del padre Brown. Su extensa bibliografía toca novela, poesía, ensayo, biografías, obras de teatro, artículos de opinión y crónicas periodísticas, y tuvo una enorme trascendencia tanto entre sus coetáneos como en el mundo literario y cultural posterior a su muerte. Su biografía de Charles Dickens, El hombre que fue jueves o El napoleón de Notting Hill son algunas de sus obras más célebres, aunque los lectores más jóvenes lo conocen por la genial dedicatoria que Terry Pratchett y Neil Gaiman (sobre el que ha tenido gran influencia), grandes admiradores del autor, le atribuyen en Buenos presagios.
En La época victoriana en la literatura, G. K. Chesterton analiza no solo las corrientes literarias y de pensamiento en la Inglaterra de la época de la reina Victoria, sino que repasa todo el siglo XIX para contextualizar y reconocer las raíces del victorianismo así como se adentra en las primeras décadas del siglo XX para entender la herencia del mismo. Aborda la literatura victoriana no solo desde la cronología y el rápido retrato de cada autor y autora sino también a través de las diferentes escuelas y corrientes de pensamiento, destacando a los autores cuyo genio y originalidad marcaron tendencia y rompieron con la tradición literaria. Chesterton, como es habitual en su obra, no desliga su fabulosa reflexión victoriana de política y religión, ofreciendo al lector un breve pero ingenioso y divertido ensayo sobre los más grandes escritores, poetas y pensadores ingleses del siglo XIX sin dejarse sus respectivas flaquezas, que las tuvieron, o su sentido del humor, del que en raras ocasiones carecieron.
Lector, conciso, ingenioso y brillante en cada párrafo.
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Cuervo. Naturaleza, historia y simbolismo, de Boria Sax
La familia de los córvidos no solo se halla en la cúspide de la inteligencia ornitóloga sino que, además, desarrolla un lenguaje más complejo y rico que el de los grandes simios. Sin embargo, el estudio de su comportamiento todavía no ha derivado en teorías generalistas porque el cuervo y sus sociedades son demasiado flexibles (como los humanos), tienen culturas diversas, se adaptan. Desde el inicio de las primeras civilizaciones, cuervos y humanos han convivido de maneras más o menos estrechas, siendo el único animal presente en todas las mitologías, leyendas, supersticiones, creencias populares y arte a lo largo y ancho de los cinco continentes. Sobrevuela el diluvio en las leyendas mesopotámicas de Gilgamesh, animal sagrado de Apolo, heraldo de profecías y adivinación en la antigua Roma, acompañan a Odín como Pensamiento y Memoria, dan nombre a ciudades como Lyon (Lugdunum, colina de cuervos), anunciador de la muerte en la Edad Media, símbolo de sabiduría y longevidad en Asia… El cuervo es omnipresente a lo largo de la historia humana y se las ha arreglado para mantener siempre cierto aire de misterio.
«Hoy en día ya hemos explorado cada rincón del globo y hemos enviado cámaras a Marte e incluso más allá, y, sin embargo, al menos desde comienzos del siglo XIX, poetas románticos como Blake y Keats se han quejado del desencanto del mundo. Nuestro anhelo de asombro ya no queda satisfecho con viajes a tierras exóticas ni tampoco siquiera, al menos en gran medida, al explorar los rincones oscuros de la mente humana. El símbolo de la transcendencia ya no son el fénix ni el unicornio por mucho que tales imágenes conserven su belleza. Vivamos entre maizales o entre rascacielos, el cuervo es un símbolo con ecos mucho más profundos. Es una de las aves más omnipresentes, y, aun así, sin ser en absoluto exótica, se las arregla para conservar el misterio.«
Cuenta la leyenda que el rey Arturo nunca murió sino que se convirtió en cuervo a la espera de retornar algún día y reclamar su trono sobre tierras británicas, por eso en Inglaterra estaba prohibido matar a los cuervos. Hasta que en el gran incendio de 1666, los cuervos entraron a centenas en la ciudad de Londres para comerse a los muertos pues, las autoridades, desbordadas por el desastre, tardaban en recogerlos y darles sepultura. Los ciudadanos se quejaron del horror y se cambió la ley que protegía a los cuervos. Los ingratos londinenses no entendieron que, muy probablemente, fueron estas aves carroñeras quienes los salvaron de un grave brote de peste. Ingratitud que también caracterizó a los agricultores norteamericanos: preocupados porque los cuervos se comieran parte de su cosecha, se dedicaron a ahuyentarlos y darles caza, hasta que comprendieron —tras contemplar sus cultivos asolados por las plagas— que los cuervos no habían estado comiéndose sus sembrados, sino dándose un festín de gusanos e insectos, lo que preferían a cualquier grano.
Este es un ensayo que se asoma a la relación entre córvidos y humanos desde puntos de vista distintos (biología, mitología, cultura, supersticiones, etc.) a través de siglos y siglos de convivencia. Y no sé si los cuervos han llegado a entender a los humanos, pero, después de leer este maravilloso libro, me queda claro que nosotros no hemos entendido ni media coma sobre su comportamiento. La narración de Boria Sax es directa y sencilla, lejos de academicismos, y su estructura en capítulos temporales y geográficos resulta muy esclarecedora para entender la diversidad cultural y las distintas miradas sobre un animal de hábitat tan extenso. Además, las ilustraciones, dibujos, reproducciones artísticas y fotografías que acompañan al texto son bellísimas y complementan de manera extraordinaria este curioso y apasionante ensayo sobre naturaleza y mitología. Ha sido toda una sorpresa que me ha ayudado a desconectar durante las noches más frías de este febrero.
P. D. : He compaginado este libro con la relectura de Jonathan Strange y el señor Norrell y ahora tengo la terrible sospecha de que el Rey Cuervo es el rey Arturo.
Lector, un ensayo fascinante sobre el animal más misterioso de la historia y sobre la estupidez humana.
En casa, de Bill Bryson
Hace poco que Bill Bryson se ha mudado con su familia a su nuevo hogar en Norfolk, Inglaterra, una vieja rectoría que en el siglo XIX perteneció al reverendo Marsham hasta que pasó a manos privadas debido a la crisis eclesiástica en las últimas décadas de la época victoriana. Contemplando la buena y vieja campiña inglesa desde su nuevo desván, se da cuenta de que apenas sabía nada de la historia de la vida doméstica y mucho sobre La Guerra de las dos Rosas. Así que, encantado con la idea de que la Historia no es más que fijarse en las cosas corrientes que hacían personas normales en el pasado, escribe este maravilloso ensayo sobre la vida privada a lo largo del siglo XIX a partir de la observación detenida de cada una de las estancias de su nuevo hogar. Y escoge Gran Bretaña como el centro del mundo porque en 1851, aunque solo comprendía el 1,6% de la población total del planeta, esta pequeña isla producía la mitad del carbón y del hierro del mundo, controlaba las dos terceras partes del comercio marítimo y un tercio del comercio total, todo el algodón del mundo se hilaba en máquinas británicas y los bancos londinenses tenían más dinero depositado que la suma de los demás centros financieros mundiales.
«Cuando la reina Victoria salía a dar su paseo de las tardes por los terrenos de Osborne House, en la isla de Wight, nadie en absoluto, de ningún nivel social, tenía permiso para cruzarse con ella. Se decía que podías adivinar en qué lugar de la finca estaba la reina por la gente que huía aterrada ante su presencia. En una ocasión, el canciller del erario, sir William Harcourt, se encontró en campo abierto sin nada tras lo que esconderse, excepto un arbusto enano. Teniendo en cuenta que Harcourt medía más de un metro noventa de altura y era muy corpulento, aquel gesto no podía ser más que simbólico. Su Majestad fingió no verlo, pues era una experta en no ver cosas.«
Quienes pasáis normalmente a tomar el té por Serendipia ya sabéis que Bill Bryson es uno de mis autores favoritos de divulgación humanística. Aunque nació en Iowa, se le nota a la legua que ha pasado la mayor parte de su vida formándose, viviendo y escribiendo en Inglaterra porque ese sentido del humor y esa socarronería y excentricidad tan divertidos en todas sus obras son casi tan ingleses como P. G. Wodehouse. En casa. Una breve historia de la vida privada no ha sido una excepción de lo mucho que me hacen disfrutar sus títulos y se ha convertido en mi libro preferido del autor, hasta la fecha, junto con Shakespeare.
Quizás no sea el mejor título del autor para empezar a leerlo si no lo conocéis porque tiene casi setecientas páginas en tapa blanda, pero si os gusta la Historia, la época victoriana, las curiosidades y anécdotas sobre personajes históricos o tenéis curiosidad por el siglo XIX, os va a encantar. Alejado de academicismos, en su estilo fluido y socarrón habitual, Bryson nos explica la invención de las primeras máquinas, la conducción de la electricidad a los hogares y ciudades, el problema con las ventanas, la arquitectura victoriana, el diseño de muebles confortables, los horarios de las comidas, las costumbres cotidianas de las diferentes clases sociales, las enfermedades, la invención de la infancia y un sinfín de circunstancias que afectaban a la vida cotidiana de las personas corrientes en el mundo anglosajón del siglo XIX. La excusa son las diferentes estancias de su rectoría, pero desde el desván hasta el sótano, pasando por el baño y el cuarto de los niños, En casa es una narración repleta de ingenio e Historia que te embarca en un viaje sobre nuestro pasado y el sentido de todo lo que nos hace la vida más sencilla en el presente… y que no quieres que termine nunca.
Lector, lee a Bill Bryson.
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