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Tutankhamon, Howard y yo, de Tito Vivas

El 4 de noviembre de 1922, Howard Carter hallaba los escalones que conducían a la tumba del faraón Tutankhamón. De inmediato, corrió a telegrafiar a su amigo, compañero de aventura y mecenas, Lord Carnarvon: Finalmente he hecho descubrimiento maravilloso en Valle, una tumba magnífica con sellos intactos; recubierto hasta su llegada; felicidades. Pese a que sus detractores se empeñaban en lo contrario, Carter ya era un arqueólogo excepcional, con una larga carrera a sus espaldas, pero fue el descubrimiento de la única tumba intacta de la antigüedad lo que le supuso reconocimiento. A punto de cumplirse cien años del hallazgo arqueológico más mediático de la Historia, el egiptólogo Tito Vivas emprende un viaje tras los pasos de Howard Carter, visitando minuciosamente los lugares que lo vieron nacer, aprender, forjarse una carrera, brillar, alcanzar la gloria y, finalmente, morir casi olvidado. Desde su Londres natal al pueblo familiar de Swaffham, desde Bab el Hossan al Valle de los Reyes, Vivas observa, rememora, charla con los escasos descendientes de aquellos que conocieron al peculiar arqueólogo para tratar de comprenderlo un poco mejor.

«Diez años habían trascurrido desde que Howard había dado por finalizado el trabajo de excavación y documentación del monumento tebano. Sus pocas publicaciones y sus muchas conferencias lo habían convertido en un hombre rico. Pero debajo de esa capa de nuevo adinerado subyacía el atormentado personaje que fue siempre, tratando de encajar en una sociedad que no lo aceptaba ni con todo el dinero del mundo.«

Tito Vivas es un historiador, arqueólogo y egiptólogo (por la Universidad de Pisa, porque en España seguimos sin cátedra de Egiptología) que admira profundamente a Howard Carter. Con varios libros de viajes y de arqueología publicados, Vivas es un excelente comunicador que sabe contar anécdotas y encandilar a sus lectores con un enfoque personal, pero siempre riguroso, de una profesión que ama con sinceridad. El año pasado, con motivo de la conmemoración del centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, publicó este libro de viajes ilustrado de la mano de Ediciones del Viento para rendir homenaje al gran Howard Carter.

Vivas reconoce que es complicado dar una nueva perspectiva a la biografía de un personaje sobre el que ya se han escrito ríos de tinta, que siempre fue muy reservado en lo que respecta a su vida privada, y del que ya no tenemos ningún testimonio vivo que hablase alguna vez con él. De todas formas, Tutankhamón, Howard y yo es un libro emocionante y conmovedor, no desprovisto de humor, que destila una admiración y un respeto enormes por la figura de un egiptólogo que nunca parece haber obtenido el reconocimiento que se merecía (quizás por el mundo elitista que no le perdonaba la ausencia de apellido ilustre o titulación académica, quizás por su torpeza social o su desarrollado sentido de la justicia, quizás por las envidias y celos profesionales, quizás porque no supo o no quiso darse la publicidad que tan bien suelen manejar a su favor quienes necesitan suplir la falta de talento y profesionalidad). Tito Vivas escribe fenomenal, con soltura, con encanto y con mucha gracia para contarnos las anécdotas de su viaje, bien complementadas con deslumbrantes fotografías.

Este es un viaje que, pese a la ligereza de su narración, lleva la emoción a flor de piel y se lee con respeto, con solemne sobrecogimiento en alguno de sus pasajes. La perspectiva de Vivas a menudo es conmovedora, señalando el abandono del recuerdo de uno de los grandes científicos de todos los tiempos, apenas sin reconocimiento. Y los capítulos finales, en Highclere Castle, en Beacon Hill o en el cementerio de Putney Vale me han hecho saltar las lágrimas. Solamente me ha molestado el empeño del autor en insistir sobre el autismo de Howard Carter sin tener consigo todas las evidencias y sin pararse a pensar que el famoso egiptólogo encajaba mucho mejor en los parámetros de la superdotación, por ejemplo. De todas formas, no es algo que importe, y este libro es una maravilla para quienes siempre han sentido una profunda veneración por la figura del descubridor de la tumba de Tutankhamón.

Lector, un viaje emotivo y maravilloso tras los pasos de Howard Carter.

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Mil millas Nilo arriba, de Amelia B. Edwards

Amelia B. Edwards, acompañada por su amiga Lucy Renshaw, llega a El Cairo en noviembre de 1873. Londinense, rica, instruida y viajada, Amelia improvisa ese desembarco en Egipto cansada de la lluvia incesante de su ruta por tierras francesas con el objetivo de pintar paisajes. Sin carabina y sin miedo, alquila una enorme dahabiya dispuesta a recorrer el Nilo a su aire, sin prisa y sin los condicionamientos de un viaje organizado. Embarcada en la Philae, remonta el Nilo hasta los confines de Nubia y visita los grandes lugares de la Antigüedad egipcia: Abu Simbel, Denderah, Karnak, Kom Ombo, Medinat Habu, Luxor, Tell el Amarna, El Valle de los Reyes, Giza,… Pero lo que empieza siendo un viaje de placer para alejarse del mal tiempo y dibujar nuevos horizontes, acaba atrapando la curiosidad y la sed de conocimientos de Amelia B. Edwards, que no duda en estudiar egiptología sobre el terreno. Inesperadamente, ese contacto con los restos de la primera civilización humana de la Historia se convierte en la mayor aventura de su vida, pero también cambiará para siempre su mirada de artista y su concepción de Egipto.

«En cada columna, en cada acto de devoción representado en las paredes, incluso en el santuario, encontramos los nombres de Ramsés y Nefertari «como pareja inseparable». En esta doble dedicatoria, y en la insólita ternura del estilo, uno parece detectar indicios de algún hecho, quizás algún aniversario, cuyos detalles se han perdido para siempre (…) vemos que Ramsés y Nefertari deseaban dejar tras ellos una muestra imperecedera del afecto que los unía en la tierra (…). Vemos que la reina era hermosa, que Ramsés estaba en pleno esplendor. Adivinamos el resto, y la poesía del lugar es nuestra en todo caso. Incluso en esta árida soledad, parecen percibirse los efluvios de antiguos romances. Sentimos que el Amor pasó por aquí, y que el suelo quedó santificado allá donde pisó.»

Amelia B. Edwards (1831 – 1892) fue una novelista, periodista, viajera y artista y egiptóloga aficionada. Publicó Mil millas Nilo arriba en 1877, un libro de viajes bellamente ilustrado por la misma autora en donde narra su fascinante visita a Egipto. Aventurera, curiosa y con sed de conocimientos, Edwards aprovecha las horas de navegación por el Nilo para leer los trabajos de historiadores, arqueólogos y egiptólogos convencida de que si no se conoce la Historia que hay detrás de cada templo, de cada tumba, de cada monumento o mural pictórico, no se verá más que belleza vacía. Mil millas Nilo arriba es un relato de aventuras, de egiptología y de arte, donde el principal atractivo es seguir a su protagonista entre las ruinas de los grandes monumentos egipcios y contemplar sus impresionantes grabados. Edwards escribe y describe tan bien que, a menudo, estos capítulos resultan sobrecogedores y, sin darte cuenta, te encuentras a su lado, boquiabierta ante los colosos de Abu Simbel o impresionada por la sacralidad de Denderah.  Sin embargo, es imposible olvidar que Amelia B. Edwards, pese a su excepcionalidad, cultura e inteligencia, no deja de ser una inglesa victoriana y su mirada sobre el Egipto (y el resto del mundo) de 1873 es la que es.

Mil millas Nilo arriba es un libro que amedrenta por su maquetación y su formato poco atractivo, tupido, y su número de páginas, pero vale la pena superar ese miedo inicial y embarcarse con esta excepcional narradora en el viaje que le cambió la vida. A su regreso a Inglaterra, Amelia B. Edwards fundó el Egypt Exploration Found —que más tarde se convertiría en la Egypt Exploration Society, para la que trabajarían arqueólogos como Flinders Petrie o Howard Carter y abrazarían proyectos tan extraordinarios como la excavación del templo de Hatsepshut— y, a su muerte, donó su fortuna al University College de Londres (porque admitía a estudiantes mujeres en igualdad) para sufragar la primera cátedra de egiptología del país. Sin duda, el Antiguo Egipto marcó la vida de esta gran comunicadora, se convirtió en su pasión, y aunque su carácter apasionado a menudo le juega malas pasadas en este libro (se lanza a exponer teorías peregrinas sin el  conocimiento apropiado, toma el Antiguo Testamento como si fuese una fuente histórica fidedigna y no un libro de cuentos fantásticos, se pone a excavar y retocar monumentos sin pedir permiso o consejo a los expertos como la inglesa victoriana rica que es, etc.), sin duda no desmerece la excepcionalidad de su inteligencia, de su arrojo y valentía, y de la admiración que tiñen sus palabras cuando nos muestra su Egipto.

Lector, la protagonista de la saga de misterios arqueológicos de Elizabeth Peters se llama Amelia en honor de esta excepcional señora.

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De matasanos a cirujanos, de Lindsey Fitzharris

En 1840, pese a que los cirujanos poseían un excelente conocimiento de la anatomía interna (en parte gracias a los resureccionistas), la cirugía era su último recurso: las operaciones debían ser precisas y rápidas, porque no conocían la anestesia, y las probabilidades de que el paciente muriese de una infección durante el postoperatorio eran altísimas por la insalubridad de los quirófanos y hospitales y por las inexistentes medidas higiénicas de los médicos y del instrumental. Hasta la Ley de Salud Pública de 1848, Londres se asfixiaba en su propia basura, los estudiantes de medicina morían de infección por las heridas accidentales del bisturí o por enfermedades derivadas de no cambiarse la ropa sucia de trocitos de cadáveres gangrenados. Los hospitales, llamados Casas de la muerte, eran tal nido de putrefacción que el cirujano James Y. Simpson llegó a decir que un paciente tenía más probabilidades de sobrevivir en las trincheras de Waterloo que en la cama de un hospital londinense. Sin embargo, fue durante la segunda mitad del reinado de la reina Victoria cuando se sentaron las bases que cambiarían para siempre la cirugía: en 1846, el insigne cirujano inglés Robert Liston utiliza por vez primera, y de manera exitosa, éter para dormir al paciente en una de sus operaciones de amputación; al evento asiste un jovencísimo estudiante de medicina, Joseph Lister, quien muchos años después, gracias al microscopio mejorado de su padre y los trabajos de Pasteur, asociaría la presencia de gérmenes en las heridas postoperatorias como la causa de las infecciones mortales y aplicaría las primeras medidas antisépticas e higiénicas que cambiarían el índice de supervivencia de los pacientes en quirófanos y hospitales.

«La rapidez de Liston era al mismo tiempo un don y una maldición. En una ocasión, seccionó de manera accidental el testículo de un paciente junto con la pierna que estaba amputando. Su percance más famoso (y posiblemente apócrifo) lo tuvo en una operación durante la cual actuó con tanta rapidez que cortó tres dedos de su ayudante y, al cambiar de cuchillo, hizo un tajo en el abrigo de un espectador. Tanto el ayudante como el paciente murieron más tarde de gangrena y el desafortunado espectador falleció allí mismo de la impresión. Es la única cirugía de la historia de la que se dice que tuvo una tasa de mortalidad del 300 por ciento.«

Lindsey Fitzharris es doctorada en Historia de la Ciencia y la Medicina por la Universidad de Oxford, escritora, conferenciante y una brillante y premiada divulgadora científica por sus magníficos artículos. En su ensayo De matasanos a cirujanos (The Butchering Art) muestra el punto de inflexión en el que la medicina y la cirugía cambiaron para siempre con las investigaciones sobre la anestesia y la comprensión del origen de las infecciones. La autora se apoya en la biografía del célebre cirujano Joseph Lister como hilo conductor de la historia de los avances científicos que convirtieron los quirófanos y los hospitales en un lugar de curación.

Con una prosa ágil e inmersiva, estupenda incluso para los lectores que no hemos pisado la facultad de medicina, Lindsey Fitzharris borda un ensayo algo escabroso, pero brillante, excelentemente documentado y pautado. La primera parte de De matasanos a cirujanos atrapa por su excelente marco histórico-social y por la inclusión de casos y pacientes reales; y la segunda parte, con la investigación del doctor Joseph Lister para solventar el enigma de las infecciones. Su ritmo sostenido, su excelente narración, el carisma de los protagonistas, la gracia de la autora para contar anécdotas y lo apasionante de la cuestión hacen de este ensayo una de las mejores lecturas científicas que he tenido la suerte de disfrutar. A destacar también, la excelente traducción de Joaquín Chamorro Nielke y la cuidada edición y corrección de Debate.

Lector, imprescindible para curiosos victorianos y para quienes disfrutamos de un buen ensayo histórico.

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La librera de El Cairo, de Nadia Wassef

El 8 de marzo de 2001, Nadia, Nihal y Hind abren una librería en El Cairo, en el barrio de Zamalek. La bautizan con el nombre de Diwan y muy pronto se convierte en una librería insigne y distinta, que abrirá sucursales por todo El Cairo mientras su logo se vuelve viral, símbolo de las mujeres empoderadas que una vez se atrevieron a hacer realidad sus sueños. Ser librera en El Cairo no es sencillo: más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y no tiene dinero para libros, la otra mitad son lectores tan diversos como la población de una ciudad en la que todavía conviven diversas religiones y credos, la cultura de los antiguos colonizadores, la censura gubernamental, un sistema administrativo corrupto y farragoso, ladrones, misóginos… Nadia Wassef cuenta, capítulo a capítulo, cómo fue abrir Diwan en El Cairo a principios de siglo, pero también cómo cambió su vida al ponerse al frente de una librería siendo mujer, madre, hermana, hija, esposa, cairota y empresaria.

«Diwan era mi carta de amor a Egipto. Era parte de, y alimentó, mi búsqueda de mí misma, mi El Cairo, mi país. Y este libro es mi carta de amor a Diwan. Cada capítulo traza una sección de la librería, desde la cafetería a la sección de Autoayuda, y la gente que la frecuentaba: los compañeros, los habituales, los esporádicos, los ladrones, los amigos y la familia que consideraba Diwan su hogar. Aquellos de nosotros que escribimos cartas de amor sabemos que sus propósitos son imposibles.«

Nadia Wassef es una antropóloga social, nacida en El Cairo, reconocida como una de las doscientas mujeres más poderosas en Oriente Medio por sus conferencias y trabajos para el Foro de Mujeres y Memoria o el Grupo de Trabajo de la Ablación Genital Femenina, entre otros. Publicó La librera de El Cairo en 2021, cuando ya vivía en Londres con sus dos hijas y se había desvinculado de la dirección de Diwan. En este libro no solo cuenta su experiencia al frente de una librería moderna en su ciudad natal sino también su biografía, emociones, crisis existenciales, reflexiones sobre las mujeres empoderadas, las brechas de género y esperanzas.

Con un lenguaje directo y sin adornos, Nadia Wassef se pasea por las estanterías de la memoria de su librería como un hilo conductor para hablarnos de su ciudad y su país. El resultado es un libro de no ficción, a medio camino entre la biografía y el ensayo socio-cultural, que resulta fascinante y muy esclarecedor. Aunque la autora sea egipcia, su educación británica le permite tender puentes con facilidad con los lectores occidentales, a la vez que le proporciona un punto de vista distinto y amplio al que sabe sacar partido en esta historia. Nostálgica, evocadora, contundente, crítica… la voz de Wassef —que pasea entre la seguridad en sí misma y su egolatría— va desgranando su experiencia bien enmarcada en la historia más reciente de su país, silenciando una perspectiva de género que habla por sí sola entre líneas. Y, pese a su amor por los libros y las librerías, La librera de El Cairo no romantiza las dificultades ni los sinsabores del que probablemente sea el oficio más bonito y frustrante del mundo.

Lector, para acercarse a la realidad egipcia de este siglo.

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Vida en el jardín, de Penelope Lively

La novelista británica Penelope Lively, nieta, hija, madre y abuela de aficionadas a la jardinería, cree que el arte de cuidar del jardín se lleva en los genes. Y existen casi tantos tipos de jardines como de personas que los cultivan: alimenticios, ornamentales, a la moda, literarios, pictóricos, influencers… Este libro es una mirada profunda, cariñosa, carismática y multidisciplinar a los jardines, reales o imaginarios, que pertenecieron a artistas, amigos, vecinos o a la propia Penelope. Desde el concepto del jardín del Edén hasta el jardín (británico) del siglo XXI, Lively repasa con mirada curiosa los jardines colgantes de Babilonia, el herbario medieval de Culpeper, las modas victorianas con sus kitchen garden y el oportunismo de los post-jardines.

«Además de la escritura, las dos actividades que he desempeñado principalmente en mi vida han sido la lectura y la jardinería. Ambas han estado ligadas en cierto modo, ya que siempre presto atención cuando un escritor conjura un jardín, cada vez que la jardinería se convierte en un elemento de ficción. Esa presencia me hace cavilar y preguntarme: ¿es ese un jardín deliberado o solo fortuito? Y lo cierto es que su presencia es casi siempre deliberada: un jardín ideado para servir a un propósito narrativo, para crear ambiente, para amueblar a un personaje.«

Penelope Lively es una novelista y guionista británica, Dama Comendadora y nominada al Premio Booker, que saltó a la fama por sus novelas infantiles. Este es el primer libro que leo de la autora y me ha sorprendido su versatilidad, puesto que una prosa tan contenida y específica como la que muestra en Vida en el jardín debe alejarse bastante de sus registros para el público infantil. Y aunque he disfrutado de esta lectura, lo cierto es que pensaba que sería un pequeño libro de memorias sobre los jardines de la autora narrado desde un punto más personal e íntimo —al estilo de Cuatro setos, de Claire Leighton, o de Un año en los bosques, de Sue Hubbell—, pero me he encontrado con algo totalmente distinto: un enfoque multidisciplinar de los jardines reales e imaginarios.

He disfrutado especialmente de los capítulos sobre jardines imaginarios de la literatura, como el de Manderley o el de Elizabeth von Arnim (Elizabeth y su jardín alemán), lo sublime y lo bello del romanticismo, o con las anécdotas de estilo y jardín y de los jardines adaptados a las necesidades de la época o de la clase social de su propietario. El estilo de la autora es claro y preciso, un tanto desprovisto de calidez (tal vez lo he percibido así por mi expectativa engañosa, pues este libro tiene poco de personal), pero perfecto para pasar, con sentido del ritmo y voluntad de entretenimiento, de una anécdota a otra. Tiene, sin duda, ese encanto inglés (aunque desprovisto de sentido del humor) de quienes escriben desde su cottage tomando el té en una mañana lluviosa y lo recomiendo para amantes de la jardinería literaria.

Lector, tiempo, orden y jardín.

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