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Mythos, de Stephen Fry

Desde la creación del universo, la dinastía de Gea y Urano, hasta Zeus y sus dioses olímpicos, pasando por la segunda generación de dioses de Rea y Cronos, Stephen Fry relata cómo va tomando forma el panteón de la mitología griega con sus divinos, sus monstruos, sus titanes y sus demás seres fantásticos hasta llegar a los mitos de la tercera generación divina. Las aventuras amorosas de Zeus, Prometeo, Cupido y Psique, Faetón, Sísifo, Aracne, Galatea y Midas, entre muchos otros, Fry revisita los mitos con mucho sentido del humor, pero también con la voluntad de poner algo de orden en la cosmología clásica a la vez que explica el origen etimológico de muchas palabras del lenguaje actual y los argumentos que dieron origen a muchas de las obras clásicas de la literatura universal.

«Sin embargo, creo que es mejor contarlo igual que todos los mitos, no como una alegoría, una fábula simbólica o una metáfora, sino como una historia. Una historia nada más. Tiene muchos de los ritmos y giros de guion que asociamos con relatos de aventuras y cuentos de hadas posteriores, quizás porque nos ha llegado como lo que muchos consideran el mayor candidato a primera novela: El asno de oro del escritor latino Apuleyo. La influencia de la historia en el pensamiento occidental, la literatura popular y el arte -por no hablar de su encanto- justifican, espero, que la vuelva a contar aquí pormenorizadamente.«

Anagrama
Colección Argumentos
ISBN: 978-84-339-6442-7
Fecha de publicación: septiembre de 2019
448 páginas

Stephen Fry es un actor, novelista y dramaturgo británico que destaca por su ironía, su sentido del humor (tan inglés) y por su activismo político. En los últimos años, ha escrito sobre otra de sus pasiones, la cultura de la Antigua Grecia, publicando Mythos en 2017, Heroes en 2018 y Troy en 2020. En Mythos, el autor revisita los mitos griegos con su estilo elegante y divertido, pero muy contemporáneo, de manera que se produce casi una novelización de personajes y tramas aunque, a menudo, el único hilo conductor disponible es del protagonismo de los dioses.

Tal y como advierte el propio autor en la introducción, este no es un libro para académicos ni para lectores avezados en la mitología griega (que quizás se sientan irritados por la visión tan británica y moderna de Fry), pero sí que resulta una lectura amena e introductoria para todos aquellos lectores ajenos a esta cuestión. Por estas páginas desfilan un sinfín de dioses, titanes, semidioses, gigantes, cíclopes, ninfas, sátiros y otros seres mitológicos, protagonistas de anécdotas, venganzas, aventuras, amoríos y más (la mitología constituye el germen de todas las tramas literarias del mundo), que el autor cuenta con desenvoltura y fluidez. Fry explica mitos muy conocidos, como el de Sísifo, Prometeo o Narciso, pero también otros muchos menos famosos, y busca su eco en las historias de la literatura universal que han llegado a nuestros días, así como el origen de algunos términos del lenguaje. El resultado es una narración amena y divertida, a la par que interesante, que contentará a los neófitos en la mitología griega sin darles demasiados quebraderos de cabeza.

Lector, para tomarse una taza de ambrosía con los orígenes de las tramas literarias de todos los tiempos.

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Cuervo. Naturaleza, historia y simbolismo, de Boria Sax

La familia de los córvidos no solo se halla en la cúspide de la inteligencia ornitóloga sino que, además, desarrolla un lenguaje más complejo y rico que el de los grandes simios. Sin embargo, el estudio de su comportamiento todavía no ha derivado en teorías generalistas porque el cuervo y sus sociedades son demasiado flexibles (como los humanos), tienen culturas diversas, se adaptan. Desde el inicio de las primeras civilizaciones, cuervos y humanos han convivido de maneras más o menos estrechas, siendo el único animal presente en todas las mitologías, leyendas, supersticiones, creencias populares y arte a lo largo y ancho de los cinco continentes. Sobrevuela el diluvio en las leyendas mesopotámicas de Gilgamesh, animal sagrado de Apolo, heraldo de profecías y adivinación en la antigua Roma, acompañan a Odín como Pensamiento y Memoria, dan nombre a ciudades como Lyon (Lugdunum, colina de cuervos), anunciador de la muerte en la Edad Media, símbolo de sabiduría y longevidad en Asia… El cuervo es omnipresente a lo largo de la historia humana y se las ha arreglado para mantener siempre cierto aire de misterio.

«Hoy en día ya hemos explorado cada rincón del globo y hemos enviado cámaras a Marte e incluso más allá, y, sin embargo, al menos desde comienzos del siglo XIX, poetas románticos como Blake y Keats se han quejado del desencanto del mundo. Nuestro anhelo de asombro ya no queda satisfecho con viajes a tierras exóticas ni tampoco siquiera, al menos en gran medida, al explorar los rincones oscuros de la mente humana. El símbolo de la transcendencia ya no son el fénix ni el unicornio por mucho que tales imágenes conserven su belleza. Vivamos entre maizales o entre rascacielos, el cuervo es un símbolo con ecos mucho más profundos. Es una de las aves más omnipresentes, y, aun así, sin ser en absoluto exótica, se las arregla para conservar el misterio.«

Cuenta la leyenda que el rey Arturo nunca murió sino que se convirtió en cuervo a la espera de retornar algún día y reclamar su trono sobre tierras británicas, por eso en Inglaterra estaba prohibido matar a los cuervos. Hasta que en el gran incendio de 1666, los cuervos entraron a centenas en la ciudad de Londres para comerse a los muertos pues, las autoridades, desbordadas por el desastre, tardaban en recogerlos y darles sepultura. Los ciudadanos se quejaron del horror y se cambió la ley que protegía a los cuervos. Los ingratos londinenses no entendieron que, muy probablemente, fueron estas aves carroñeras quienes los salvaron de un grave brote de peste. Ingratitud que también caracterizó a los agricultores norteamericanos: preocupados porque los cuervos se comieran parte de su cosecha, se dedicaron a ahuyentarlos y darles caza, hasta que comprendieron —tras contemplar sus cultivos asolados por las plagas— que los cuervos no habían estado comiéndose sus sembrados, sino dándose un festín de gusanos e insectos, lo que preferían a cualquier grano.

Este es un ensayo que se asoma a la relación entre córvidos y humanos desde puntos de vista distintos (biología, mitología, cultura, supersticiones, etc.) a través de siglos y siglos de convivencia. Y no sé si los cuervos han llegado a entender a los humanos, pero, después de leer este maravilloso libro, me queda claro que nosotros no hemos entendido ni media coma sobre su comportamiento. La narración de Boria Sax es directa y sencilla, lejos de academicismos, y su estructura en capítulos temporales y geográficos resulta muy esclarecedora para entender la diversidad cultural y las distintas miradas sobre un animal de hábitat tan extenso. Además, las ilustraciones, dibujos, reproducciones artísticas y fotografías que acompañan al texto son bellísimas y complementan de manera extraordinaria este curioso y apasionante ensayo sobre naturaleza y mitología. Ha sido toda una sorpresa que me ha ayudado a desconectar durante las noches más frías de este febrero.

P. D. : He compaginado este libro con la relectura de Jonathan Strange y el señor Norrell y ahora tengo la terrible sospecha de que el Rey Cuervo es el rey Arturo.

Lector, un ensayo fascinante sobre el animal más misterioso de la historia y sobre la estupidez humana.

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En casa, de Bill Bryson

Hace poco que Bill Bryson se ha mudado con su familia a su nuevo hogar en Norfolk, Inglaterra, una vieja rectoría que en el siglo XIX perteneció al reverendo Marsham hasta que pasó a manos privadas debido a la crisis eclesiástica en las últimas décadas de la época victoriana. Contemplando la buena y vieja campiña inglesa desde su nuevo desván, se da cuenta de que apenas sabía nada de la historia de la vida doméstica y mucho sobre La Guerra de las dos Rosas. Así que, encantado con la idea de que la Historia no es más que fijarse en las cosas corrientes que hacían personas normales en el pasado, escribe este maravilloso ensayo sobre la vida privada a lo largo del siglo XIX a partir de la observación detenida de cada una de las estancias de su nuevo hogar. Y escoge Gran Bretaña como el centro del mundo porque en 1851, aunque solo comprendía el 1,6% de la población total del planeta, esta pequeña isla producía la mitad del carbón y del hierro del mundo, controlaba las dos terceras partes del comercio marítimo y un tercio del comercio total, todo el algodón del mundo se hilaba en máquinas británicas y los bancos londinenses tenían más dinero depositado que la suma de los demás centros financieros mundiales.

«Cuando la reina Victoria salía a dar su paseo de las tardes por los terrenos de Osborne House, en la isla de Wight, nadie en absoluto, de ningún nivel social, tenía permiso para cruzarse con ella. Se decía que podías adivinar en qué lugar de la finca estaba la reina por la gente que huía aterrada ante su presencia. En una ocasión, el canciller del erario, sir William Harcourt, se encontró en campo abierto sin nada tras lo que esconderse, excepto un arbusto enano. Teniendo en cuenta que Harcourt medía más de un metro noventa de altura y era muy corpulento, aquel gesto no podía ser más que simbólico. Su Majestad fingió no verlo, pues era una experta en no ver cosas.«

Quienes pasáis normalmente a tomar el té por Serendipia ya sabéis que Bill Bryson es uno de mis autores favoritos de divulgación humanística. Aunque nació en Iowa, se le nota a la legua que ha pasado la mayor parte de su vida formándose, viviendo y escribiendo en Inglaterra porque ese sentido del humor y esa socarronería y excentricidad tan divertidos en todas sus obras son casi tan ingleses como P. G. Wodehouse. En casa. Una breve historia de la vida privada no ha sido una excepción de lo mucho que me hacen disfrutar sus títulos y se ha convertido en mi libro preferido del autor, hasta la fecha, junto con Shakespeare.

Quizás no sea el mejor título del autor para empezar a leerlo si no lo conocéis porque tiene casi setecientas páginas en tapa blanda, pero si os gusta la Historia, la época victoriana, las curiosidades y anécdotas sobre personajes históricos o tenéis curiosidad por el siglo XIX, os va a encantar. Alejado de academicismos, en su estilo fluido y socarrón habitual, Bryson nos explica la invención de las primeras máquinas, la conducción de la electricidad a los hogares y ciudades, el problema con las ventanas, la arquitectura victoriana, el diseño de muebles confortables, los horarios de las comidas, las costumbres cotidianas de las diferentes clases sociales, las enfermedades, la invención de la infancia y un sinfín de circunstancias que afectaban a la vida cotidiana de las personas corrientes en el mundo anglosajón del siglo XIX. La excusa son las diferentes estancias de su rectoría, pero desde el desván hasta el sótano, pasando por el baño y el cuarto de los niños, En casa es una narración repleta de ingenio e Historia que te embarca en un viaje sobre nuestro pasado y el sentido de todo lo que nos hace la vida más sencilla en el presente… y que no quieres que termine nunca.

Lector, lee a Bill Bryson.

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La escritora vive aquí, de Sandra Petrignani

La periodista y escritora de libros de viajes Sandra Petrignani visitaba la casa de Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf, Charleston Farmhouse, en East Sussex, Inglaterra, cuando supo que quería escribir este libro. «Una casa dice la verdad de quien la habita», reflexiona Petrignani. Tirando del hilo de esta premisa, escoge los hogares de seis escritoras relevantes de la primera mitad del siglo XX y escribe, tras visitar las residencias, una biografía breve y muy personal sobre Grazia Deledda, Marguerite Yourcenar, Colette, Alexandra David-Néel, Karen Blixen y Virginia Woolf. Se centra en mostrar a la mujer, a la persona, por encima de su obra literaria, acudiendo a fuentes contemporáneas y siempre muy pendiente de la decoración, del ambiente, del uso, de lo que le trasmiten esas casas museos que han perdurado en el tiempo casi tanto como sus libros.

«La idea que nos hacemos de la dicha o desdicha de los otros es muy arbitraria. Por lo general, proyectamos en el destino de los demás nuestros miedos, envidias y expectativas.»

Empecé La escritora vive aquí sin haber leído ni críticas ni sinopsis ni saber nada de antemano. Quizás me esperaba un ensayo similar al de La casa de una escritora en Gales, de Jan Morris, una delicia llena de excentricidad y de humor socarrón que ha resultado no tener nada ver con el título de Sandra Petrignani (Piacenza, 1852). No sé si Petrignani escogió a estas seis autoras porque podía visitar con relativa facilidad sus respectivas casas, porque eran algunas de sus escritoras favoritas (en el caso de Deledda, así lo confiesa) o porque le parecieron las figuras femeninas más relevantes del siglo pasado. Lo cierto es que hay algo en común en las breves semblanzas de Petrignani sobre estas mujeres: a todas ellas nos las presenta como autoritarias, déspotas, veleidosas, atormentadas, infelices y con una gran capacidad de atormentar y hacer infelices a todo aquel que se les acercase demasiado. Me pregunto —de nuevo, otra duda, esta reseña parece sustentarse en mis dudas— si esas señoras de verdad fueron así o si tuvieron que comportarse así para que las tomaran en serio como escritoras y pensadoras en una época en la que la literatura seguía siendo cosa de hombres. Y, sin embargo, Grazia Deledda fue Premio Nobel en 1926. La única excepción es, quizás, la aproximación que se nos ofrece de Virginia Woolf, que se presenta envuelta en los algodones de su entorno familiar y con un perfil psicológico muy dulcificado.

Lejos de la mitomanía sobre escritores y poetas de Trelawny que leí el mes pasado (y que me entusiasmó), La escritora vive aquí es un ensayo biográfico tamizado por el precioso estilo narrativo de Sandra Petrignani, pero también por una mirada que se aleja de mitos y escarba en los dramas, las pasiones y los abismos de grandes escritoras del siglo pasado. Creo que me ha gustado tanto porque, aunque disfruto mucho con los cuentos de Karen Blixen, reconozco que no soy especialmente fanática de ninguna de las escritoras que nos retrata. Quiero decir, que no sé si me atrevo a recomendar este libro a lectoras y lectores muy devotos de estas señoras porque el retrato que de ellas nos ofrece Petrignani es terrible.

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La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross

Mary Shelley (1797-1851) fue hija de Mary Wollstonecraft, escritora, pensadora y filosofa, autora de La vindicación de los derechos de la mujer, y William Godwin, filósofo y político precursor del pensamiento anarquista. Huérfana de madre a los pocos días de nacer, Mary se instaló en Londres con su padre, que volvió a casarse en segundas nupcias con su vecina, quien tenía una hija, Claire Clairmont. Fue en ese hogar londinense de los Godwin donde Mary conoció y charló con autores como Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth o Percy Bhysse Shelley. Es una época morbosa, en la que la muerte está muy presente en la vida cotidiana: Coleridge les lee un poema anatómico forense, Godwin escribe Ensayo sobre los sepulcros, Mary visita a menudo la tumba de su madre en Saint Pancrass, lee y escribe allí, sentada junto a su lápida, se cita en secreto allí con Percy, que está casado. Mary y Percy huyen juntos al continente, escapan de los deudores, de las familias que los tachan de inmorales, de la política inglesa, de la pérdida de un bebé, del mundo. En 1816, el año sin verano, pasan unos meses a orillas del lago Leman, cerca de Ginebra, con Lord Byron y Polidori, y entonces, Mary Shelley, con tan solo diecinueve años, escribe la historia más terrorífica jamás contada.

«La versión tenebrosa de la ciudad la reclama, indispensable, aunque parezca raro que una mujer joven, casi una chica, eligiera escribir sobre ese mundo que la aterraba. Tenía miedo, contó su miedo. A unas cuadras de su casa de la calle Skinner estaban la cárcel, el cementerio y el parque. Eligió el cementerio y la cárcel. Ese clima la siguió en sus viajes. Mary Shelley fue una pieza clave del mundo que la formó. Reveló la realidad que la incluía, la que no alcanzaba a contenerla, y al hacerlo la definió. Hay escritores que fundan su contexto, y ella creció en la época de Frankenstein.«

Esther Cross (Buenos Aires, 1961) es escritora y traductora y en 2013 publicó La mujer que escribió Frankenstein, un ensayo sobre Mary Shelley pero, sobre todo, un ensayo sobre el Londres en el que creció Mary Shelley; ese Londres de los resureccionistas, de los ladrones de cadáveres, de los asesinos Burke y Hare, de los cirujanos que operaban sin anestesia, de los experimentos del galvanismo, de los gabinetes de curiosidades médicas, del circo de los monstruos, de los cementerios y la presencia de la muerte en la vida cotidiana. Cross nos presenta a Mary Shelley y aunque no es capaz de desligarla de la alargada sombra de su marido —quizás sea imposible—, insiste en sus años antes de conocerlo, en cómo creció entre tumbas, entre poetas románticos tocados por lo tenebroso, en una realidad en la que las facultades de medicina y los cirujanos, en nombre de la ciencia, compraban cadáveres en buen estado a  los ladrones de cuerpos. El tráfico de cadáveres ni siquiera constituía un delito y constituyó un negocio próspero hasta que en 1832, el Acta de Anatomía decretó que la donación a la ciencia de todos aquellos cuerpos que no hubiesen sido reclamados en tres días.

La mujer que escribió Frankenstein es más un retrato del momento histórico, político, social y cultural de la Inglaterra de la infancia y la juventud de Mary Shellley que no una biografía exhaustiva de la escritora. Cross contextualiza la época de Shelley y enmarca el reflejo en el que se mira el movimiento cultural al que pertenece la autora de Frankenstein, el romanticismo. La ficción no es más que el reflejo de la realidad, y la realidad de Mary Shelley era oscura y estaba poblada por cadáveres diseccionados, era el triunfo de la ciencia, el momento en el que la razón engendró monstruos, una época de cementerios, de naturaleza desatada, de tiniebla y de una humanidad que, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a entender que podía ocupar el lugar que habían dejado vacío los antiguos dioses.

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