Calendario de Adviento Serendipia 2023

Ladies and gentlemen:

Por quinto año consecutivo, me complace invitaros a participar en nuestro Calendario de Adviento Serendipia.

Ya sabéis que jugamos en Instagram y que subimos una fotografía de un libro cada día desde el 1 de diciembre hasta el 24, ambos incluidos. Jugamos con el hashtag #CalendarioAdvientoSerendipia.

Os dejo aquí las premisas por si no se ven del todo bien en la imagen:

1. Mayor sorpresa del año. Para bien o para mal.
2. Libro polvorón. Se te hizo bola.
3. Un libro para viajar.
4. Te gustó menos que la película.
5. Uno de sus personajes se parece a ti.
6. El libro que siempre pospones aunque tengas muchas ganas de leerlo.
7. Te lo llevaste de la librería por el título y/o por el diseño de cubierta.
8. Libro a juego con tu taza de té/café/chocolate/infusión.
9. Te hizo reír.
10. El libro más bonito de tu estantería por dentro y/o por fuera.
11. Libro con banda sonora propia o la que tú crees que le pega bien.
12. Refugio literario. Puede ser libro, lugar o persona, lo que prefieras.
13. Aquí hay dragones.
14. Libro que merece ser más conocido.
15. Libro corto e intenso, como el buen café.
16. Libro navideño o que a ti te parezca navideño.
17. Un libro que te llevó a otro. Foto de los dos.
18. No se lo prestarías ni a tu mejor amiga porque no piensas arriesgarte a perderlo.
19. Libro extraño y maravilloso.
20. Te gustaría verlo adaptado en película o en serie.
21. Libro Ebenezer Scrooge: empieza cascarrabias, pero termina genial.
22. Libro que te abre el apetito.
23. Autor/a favorito/a descubierto/a este año.
24. El libro o libros que estás leyendo ahora mismo con tu decoración navideña de fondo.

Gracias por salir a jugar.

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Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain

Adán vive tranquilo y feliz en el Edén, sin más preocupación que comprobar la madurez de las frutas antes de comérselas o contemplar a los peces y demás seres que comparten su hábitat. Hasta que aparece ella. Una ella que lo sigue allá donde va, que no deja de hablar, de inventar nuevas palabras para señalar esto o lo otro, que se salta a la torera cualquier método científico porque es pura emoción. Ella, que habla hasta con las serpientes y que cree que es buena idea comer manzanas para conseguir una extensa educación.

«Dondequiera que ella estuviese, allí estaba el Edén.«

Mark Twain (1835-1910), escritor, periodista y conferenciante, publicó Los diarios de Adán y Eva entre 1904 y 1906, un cuento fantástico en forma de testimonio ficticio de las primeras experiencias de los primeros humanos que, según la Biblia, poblaron el Edén que era el mundo. Con el sentido del humor habitual de Twain, su fina ironía y una enorme ternura, el autor nos presenta la historia de una pareja que se conoce y se enamora cuando el mundo y las palabras todavía están por estrenar.

Algunos críticos literarios señalan que en los dos personajes de Los diarios de Adán y Eva se reconocen los caracteres de Mark Twain y su esposa Olivia Langdon, y que el escritor le rinde cariñoso homenaje, no solo a su convivencia matrimonial, sino también a su esposa fallecida. Pero entre humor, descubrimientos y convivencia, estos dos personajes ficticios reflexionan sobre cuestiones diversas entre las que destaca, como curiosidad, el lenguaje: Eva nombra, razona, explica, habla sin cesar, mientras que Adán es más científico, experimenta, escucha, calla. Eva es una mujer con poder, se queja de que Adán no hace nada, ella es motor, es cambio, es aprendizaje, es emoción, una vorágine. Es en esta relación de iguales tan distintos, en la que los dos personajes se complementan, en el que la mujer es tan poderosa o más que el hombre, que los críticos señalan la influencia del marco histórico en el que escribe el autor. Mark Twain siempre fue un convencido abolicionista y un partidario de la lucha por los derechos de los trabajadores, por lo que no cuesta imaginarlo a favor de los movimientos sufragistas femeninos, ya visibles en los Estados Unidos de principios del siglo XX.

Lector, divertida, ingeniosa, fantástica y con brontosaurios.

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Mil millas Nilo arriba, de Amelia B. Edwards

Amelia B. Edwards, acompañada por su amiga Lucy Renshaw, llega a El Cairo en noviembre de 1873. Londinense, rica, instruida y viajada, Amelia improvisa ese desembarco en Egipto cansada de la lluvia incesante de su ruta por tierras francesas con el objetivo de pintar paisajes. Sin carabina y sin miedo, alquila una enorme dahabiya dispuesta a recorrer el Nilo a su aire, sin prisa y sin los condicionamientos de un viaje organizado. Embarcada en la Philae, remonta el Nilo hasta los confines de Nubia y visita los grandes lugares de la Antigüedad egipcia: Abu Simbel, Denderah, Karnak, Kom Ombo, Medinat Habu, Luxor, Tell el Amarna, El Valle de los Reyes, Giza,… Pero lo que empieza siendo un viaje de placer para alejarse del mal tiempo y dibujar nuevos horizontes, acaba atrapando la curiosidad y la sed de conocimientos de Amelia B. Edwards, que no duda en estudiar egiptología sobre el terreno. Inesperadamente, ese contacto con los restos de la primera civilización humana de la Historia se convierte en la mayor aventura de su vida, pero también cambiará para siempre su mirada de artista y su concepción de Egipto.

«En cada columna, en cada acto de devoción representado en las paredes, incluso en el santuario, encontramos los nombres de Ramsés y Nefertari «como pareja inseparable». En esta doble dedicatoria, y en la insólita ternura del estilo, uno parece detectar indicios de algún hecho, quizás algún aniversario, cuyos detalles se han perdido para siempre (…) vemos que Ramsés y Nefertari deseaban dejar tras ellos una muestra imperecedera del afecto que los unía en la tierra (…). Vemos que la reina era hermosa, que Ramsés estaba en pleno esplendor. Adivinamos el resto, y la poesía del lugar es nuestra en todo caso. Incluso en esta árida soledad, parecen percibirse los efluvios de antiguos romances. Sentimos que el Amor pasó por aquí, y que el suelo quedó santificado allá donde pisó.»

Amelia B. Edwards (1831 – 1892) fue una novelista, periodista, viajera y artista y egiptóloga aficionada. Publicó Mil millas Nilo arriba en 1877, un libro de viajes bellamente ilustrado por la misma autora en donde narra su fascinante visita a Egipto. Aventurera, curiosa y con sed de conocimientos, Edwards aprovecha las horas de navegación por el Nilo para leer los trabajos de historiadores, arqueólogos y egiptólogos convencida de que si no se conoce la Historia que hay detrás de cada templo, de cada tumba, de cada monumento o mural pictórico, no se verá más que belleza vacía. Mil millas Nilo arriba es un relato de aventuras, de egiptología y de arte, donde el principal atractivo es seguir a su protagonista entre las ruinas de los grandes monumentos egipcios y contemplar sus impresionantes grabados. Edwards escribe y describe tan bien que, a menudo, estos capítulos resultan sobrecogedores y, sin darte cuenta, te encuentras a su lado, boquiabierta ante los colosos de Abu Simbel o impresionada por la sacralidad de Denderah.  Sin embargo, es imposible olvidar que Amelia B. Edwards, pese a su excepcionalidad, cultura e inteligencia, no deja de ser una inglesa victoriana y su mirada sobre el Egipto (y el resto del mundo) de 1873 es la que es.

Mil millas Nilo arriba es un libro que amedrenta por su maquetación y su formato poco atractivo, tupido, y su número de páginas, pero vale la pena superar ese miedo inicial y embarcarse con esta excepcional narradora en el viaje que le cambió la vida. A su regreso a Inglaterra, Amelia B. Edwards fundó el Egypt Exploration Found —que más tarde se convertiría en la Egypt Exploration Society, para la que trabajarían arqueólogos como Flinders Petrie o Howard Carter y abrazarían proyectos tan extraordinarios como la excavación del templo de Hatsepshut— y, a su muerte, donó su fortuna al University College de Londres (porque admitía a estudiantes mujeres en igualdad) para sufragar la primera cátedra de egiptología del país. Sin duda, el Antiguo Egipto marcó la vida de esta gran comunicadora, se convirtió en su pasión, y aunque su carácter apasionado a menudo le juega malas pasadas en este libro (se lanza a exponer teorías peregrinas sin el  conocimiento apropiado, toma el Antiguo Testamento como si fuese una fuente histórica fidedigna y no un libro de cuentos fantásticos, se pone a excavar y retocar monumentos sin pedir permiso o consejo a los expertos como la inglesa victoriana rica que es, etc.), sin duda no desmerece la excepcionalidad de su inteligencia, de su arrojo y valentía, y de la admiración que tiñen sus palabras cuando nos muestra su Egipto.

Lector, la protagonista de la saga de misterios arqueológicos de Elizabeth Peters se llama Amelia en honor de esta excepcional señora.

También te gustará: Aquí vivió Nefertiti; Viajes y exploraciones en el África del Sur; Howard Carter: La tumba de Tutankhamón

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Embassytown, de China Miéville

Avice Benner Cho ha nacido en la colonia Bremen del planeta Arieka, un lugar muy alejado de la metrópolis, el último puerto en el umbral de lo desconocido. En el corazón de su urbe se yergue la Ciudad Embajada, donde los Embajadores han sido diseñados genéticamente para poder comunicarse con los Ariekes nativos, poseedores de un idioma único, sin metáforas, ni polisemia, ni mentiras, pronunciado por dos bocas a la vez: giro y corte. Ariekes y terres viven en paz, comerciando, respetándose mutuamente y con muy poca interacción entre colonos y Anfitriones. Pero cuando Avice, ya adulta, vuelve a su ciudad natal, se encuentra con algo inesperado: el nuevo Embajador de la metrópoli no cumple las reglas de la comunicación con los Anfitriones, lo que pone en riesgo el equilibrio en el planeta con consecuencias catastróficas para cualquier tipo de vida.

«Una vez había oído una teoría, un intento de explicar el hecho de que, por mucho que hubieran viajado las personas, por muy cosmopolitas que fueran, por mucho mestizaje biótico que se diera en sus lugares de origen, no pudiesen mostrarse indiferentes la primera vez que veían a un miembro de cualquier raza exot. La teoría afirma que estamos integrados en el bioma Terre, y que cada vez que tenemos un atisbo de algo que no desciende de esa cepa original, nuestro cuerpo sabe que no deberíamos siquiera verlo.«

China Miéville es uno de los autores contemporáneos de ciencia ficción y literatura fantástica más aclamados por la crítica y los lectores. Es el único escritor que ha sido galardonado tres veces con el prestigioso premio literario Arthur C. Clarke Award y dos veces con el British Fantasy Award. En 2012, cuando publicó por primera vez Embassytown, se le otorgó el premio Locus a la mejor novela de ciencia ficción del año. Este es el primer título que leo del autor, porque sabéis que no suelo frecuentar mucho del género de la ciencia ficción, y se va directo a mis lecturas más impresionantes de este año.

Los críticos literarios comparan a China Miéville con Kafka, George Orwell, Raymond Chandler, Philip K. Dick, y aunque solo he leído Embassytown, su escritura clara y precisa para tratar cuestiones muy complicadas sí que me ha recordado a Kafka. Eso no significa que Miéville no posea un estilo propio muy marcado -brillante, inteligente, rotundo- y que su novela no sea original e innovadora. Al principio, su lectura me ha parecido difícil porque el worldbuilding es abrumador y el autor no se para a explicarlo sino que deja que sea el propio lector quien se zambulla de golpe en ese nuevo mundo y vaya comprendiendo por sí mismo (lo que ocurre al cabo de pocos capítulos, no sufráis). Es admirable la habilidad de Miéville para jugar con ingredientes de la ciencia ficción y la fantasía clásicas, pero también con elementos de la novela negra, el thriller político y -atención porque se trata de la cuestión principal de Embassytown- con cuestiones lingüísticas. Y es que la protagonista indiscutible de esta novela es la lingüística, la semántica, las paradojas del lenguaje, la polisemia, la relación entre lenguaje y pensamiento, la significación y el yo, la traducción, la intencionalidad del lenguaje, la estructura de un idioma, la mentira y la metáfora, etc. China Miéville inventa una civilización con un lenguaje nominativo que de pronto choca con otro tipo de lenguaje, el humano; y es alrededor de este punto de implosión que la trama de Embassytown se vuelve cada vez más alucinante.

Sé que es una novela difícil de reseñar y de recomendar, sobre todo porque al principio resulta desorientadora para los lectores que no solemos acercarnos a menudo a la ciencia ficción. Pero si sois valientes y os apetece conocer a uno de los escritores vivos más interesantes de nuestra época, os animo a que tengáis paciencia y le deis una oportunidad.

Lector, extraño y maravilloso. Imprescindible para lingüistas.

También te gustará: Babel; Lenguas maternas y otros relatos; La guerra de las salamandras; Dioses, monstruos y el melocotones de la suerte

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Ilíada, de Homero

La guerra ha llegado a las murallas de la poderosa Troya desde que Paris saqueó las riquezas de Menelao y se llevó a su esposa, la bella Helena. La coalición griega ha varado las naves en la playa y Agamenón, rey de reyes, lidera el ataque. Pero los años pasan y la guerra entre griegos y troyanos sigue estancada, para impaciencia de los dioses que se divierten viendo morir a los mejores de uno y otro bando. La ira de Aquiles, líder de los mirmidones, estalla cuando se siente agraviado por la avaricia de Agamenón, que siempre se lleva la mejor parte del botín. Hijo de Peleo y de la diosa Tetis, el mejor guerrero de los griegos se retira a su tienda con su compañero Patroclo y anuncia que no piensa combatir más. Su madre Tetis acude a Zeus para arrancarle una promesa y desencadenar un destino escrito por los dioses y tristemente cumplido por los héroes de la antigüedad.

«Canta, ¡oh, diosa!, la ira de Aquiles, hijo de Peleo, que trajo incontables males a los griegos. Muchas almas valientes envió antes de tiempo al Hades y convirtió a muchos héroes en pasto de los perros y de los buitres, pues tal fue la voluntad de Zeus cumplida desde el día en que Agamenón, rey de hombres, y el gran Aquiles se enemistaron.«

He leído Ilíada en la edición de Blackie Books, que es una traducción comentada de la versión de Samuel Butler, a quien la crítica literaria le reconoce la mejor adaptación en prosa de este clásico entre los clásicos. Entiendo la reticencia de muchos académicos por esta edición, pero reconozco que a los lectores como yo, que no somos expertos en Clásicas y que nos abruma leer miles de versos traducidos del griego antiguo, Butler nos ha facilitado la lectura. Ahora bien, también reconozco que disfruté mucho más de Odisea de Butler que con su Ilíada y que, a menudo, en este último caso, me hubiese gustado que Butler se hubiese ceñido un poco más al texto en lo que a terminos históricos se refiere y que hubiese conservado los epítetos originales, entre otros detalles. Dicho esto, la edición de Blackie es preciosa y las ilustraciones de Calpurnio y los textos adicionales que la acompañan son una maravilla.

Es complicado reseñar un texto de este calibre. Seguimos sin saber quién era Homero, si existió o si era más de una persona las que firmaban con este nombre. Sí que sabemos que alrededor del siglo V a. C. ya teníamos constancia de aedas homéridas que declamaban sus poemas y que Ilíada fue puesta por escrito alrededor del siglo VIII a. C. aunque los acontecimientos que describe son, probablemente, del siglo XIII a. C. o anteriores. Pero, sin duda, lo más sorprendente para los lectores que nos acercamos por primera vez al texto íntegro y no a la leyenda, fragmentos y adaptaciones posteriores, es que su tema principal es la cólera de Aquiles y que solo hace referencia algunos acontecimientos del décimo año de la llamada guerra de Troya. Es decir, que empieza con el estallido de la cólera de Aquiles y termina con el fin de esa cólera, nada de juicios de Paris, de raptos de Helena, de caballos de Troya, de aventurillas de Ulises o de la muerte de Aquiles. Solo su episodio de ira, de principio a fin.

Si la Odisea a menudo era un manual sobre las buenas costumbres y el arte del buen anfitrión y la buena educación de la época, la Ilíada lo es sobre las maneras de matar a un oponente en una batalla de la época. A menudo se especula con que Homero hubiese sido militar o médico pues la precisión de la descripción de las heridas, las causas de la muerte y los puntos débiles de una armadura, por ejemplo, es muy notable. Ilíada es, pues, en buena parte, una narración de destripamientos, decapitaciones, ojos arrancados, sesos desparramados y mucha, muchísima muerte, largas listas de muertos. Una narración que muestra la pérdida de los mejores hombres de su época, de los héroes, de los hijos de los dioses, de los jóvenes y valientes guerreros… con el beneplácito y la diversión de unos dioses a menudo infantiloides que toman partido por griegos o por troyanos y se dedican a propiciar el sangriento y terrible espectáculo. Pese a lo que podamos pensar, hay poca épica en la Ilíada y, cuando la hay, es sobre bellísimas escenas de amor —fraternal, filial, matrimonial— y duelo, pero no de batalla. Tampoco hay héroes tal y como los concebimos en nuestra cultura (valientes, honorables, generosos, protectores) —excepto quizás Héctor en sus mejores momentos—, sino piratas rapiñando incluso en medio de la batalla, robando las armaduras y todo lo que brilla en los caídos. Veinticuatro cantos que explican una de las historias más antiguas de nuestra cultura occidental.

Lector, escoge tu traducción idónea y embárcate hacia las costas de las altas torres de Ilium.

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