Tras el fin de la guerra de Troya, Ulises y sus hombres se disponen a volver a su patria, Ítaca, donde le esperan su esposa Penélope y su hijo Telémaco. Pero Poseidón, encolerizado con Ulises por dejar ciego a su hijo Polifemo, tiene otros planes y lo condena a no volver jamás a casa, saltando de peligro en peligro. Hasta que Atenea, que siempre sintió cierta debilidad por el ingenio de Ulises, decide echarle una mano en el periplo de su regreso. Mientras, en Ítaca, Penélope es asediada por una numerosa corte de pretendientes que, además de devorar su hacienda con sus excesos, la instan a que escoja a uno de ellos y vuelva a casarse, pues están convencidos de que su marido ha muerto.
«Pero sufrimos mucho más que eso; ¿qué lengua mortal podría contarlo todo? Aunque te quedases aquí preguntándome cinco o seis años, no acabaría de contarte todo lo que sufrieron los griegos y, antes de que concluyera, regresarías a tu patria fatigado por el relato. Nueve largos años intentamos toda suerte de estratagemas, pero la mano de Zeus estaba contra nosotros.«

Odisea es un poema épico de tradición oral del siglo XII aC que narra las desventuras de Ulises en su empeño por volver a Ítaca tras la guerra de Troya y era cantado por los rapsodas itinerantes helénicos. Su origen es incierto, pues a día de hoy no sabemos quién era Homero o si existió, y las versiones escritas más antiguas de las que tenemos constancia datan del siglo VI aC. En cualquier caso, se trata de la obra de ficción más extraordinaria de la literatura occidental, una aventura de piratas épica en una época en la que dioses y humanos a menudo entrelazaban sus destinos. O, como dice mi amiga Laura, el mejor manual que jamás ha existido sobre las buenas y malas costumbres del mundo antiguo. Desde el punto de vista de una historiadora, la mejor fuente literaria (y la más divertida y pintoresca) para entender un poco mejor las civilizaciones antiguas que, por generalizar, llamamos Antigua Grecia.
Cuando decidimos leer la Odisea, el primer escollo que debimos de sortear fue la cuestión de su traducción: Laura, experta en Clásicas, dudaba entre varias versiones y como ninguna resultaba del todo fiel al original (comparaba pasajes del griego antiguo y la opinión de sus profesores y compañeros expertos en la materia además de la propia) me propuso escoger entre las más prestigiosas. Finalmente, decidimos leer a la vez la traducción de José Manuel Pabón Suárez de Urbina (1892-1978) en Gredos, y la edición de Blackie Books, con la traducción de Samuel Butler (1835-1902). Ambas traducciones datan de principios del siglo XX, ambas todavía siguen en uso por universitarios y lectores de toda condición y ambas un poquito rebeldes a la hora de adaptar el texto original. La traducción de José Manuel Pabón es arcaica, con un lenguaje enrevesado y rozando la invención gramatical para forzar el verso (¿por qué pone los artículos posesivos al final del verbo? ¿por qué utiliza un vocabulario propio de los coetáneos de Cervantes?) y la de Samuel Butler no busca la forma más filológicamente correcta y/o precisa sino la que mejor funciona en el relato, en las formas literarias (por no mencionar que nosotras leemos una traducción al castellano de la traducción al inglés). En conclusión, la traducción de Pabón nos ha parecido épica, grandiosa y especialmente bella cuando acomete metáforas o da testimonio de la leyenda homérica; y la traducción de Butler nos ha parecido la más entretenida y asequible, la más novelizada y literaria, no exenta de belleza por ser más entendible. Ninguna de las dos versiones, como traducciones que son y por los años que tienen, se mantiene fiel al texto original.
Lo importante es que hemos disfrutado mucho compaginando las dos, se han complementado muy bien y nos ha dado pie a comentar un sinfín de detalles culturales, históricos, etimológicos, narrativos y mitológicos de la historia más grandiosa jamás contada. Es una lectura que se disfruta mucho más en compañía, sobre todo si tenéis la suerte, como yo, de contar con la guía de una experta, pero que no debería desanimarnos nunca porque el camino a Ítaca siempre es entretenido y siempre vale la pena. No puedo dejar de mencionar lo mucho que hemos tenido en mente a Margaret Atwood y a Mary Beard cada vez que Helena o Penélope salían a escena, lo bien que lo hemos pasado leyendo entre líneas para elaborar teorías sobre ellas y la constatación de que los personajes femeninos de la Odisea tienen una fuerza, una entereza y una dignidad que a menudo se contrapone a los comportamientos cobardes y engañosos de los protagonistas masculinos (no hay héroes en la Odisea).
Sin duda, el viaje más magnífico en el que un lector puede embarcarse.
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Nota: la edición de Blackie Books roza la perfección gracias a los textos que la acompañan, a las ingeniosas ilustraciones de Calpurnio (¡somos muy fan!) y a las excelentes notas al margen de la traducción de Samuel Butler (¡queremos más notas!).