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Embassytown, de China Miéville

Avice Benner Cho ha nacido en la colonia Bremen del planeta Arieka, un lugar muy alejado de la metrópolis, el último puerto en el umbral de lo desconocido. En el corazón de su urbe se yergue la Ciudad Embajada, donde los Embajadores han sido diseñados genéticamente para poder comunicarse con los Ariekes nativos, poseedores de un idioma único, sin metáforas, ni polisemia, ni mentiras, pronunciado por dos bocas a la vez: giro y corte. Ariekes y terres viven en paz, comerciando, respetándose mutuamente y con muy poca interacción entre colonos y Anfitriones. Pero cuando Avice, ya adulta, vuelve a su ciudad natal, se encuentra con algo inesperado: el nuevo Embajador de la metrópoli no cumple las reglas de la comunicación con los Anfitriones, lo que pone en riesgo el equilibrio en el planeta con consecuencias catastróficas para cualquier tipo de vida.

«Una vez había oído una teoría, un intento de explicar el hecho de que, por mucho que hubieran viajado las personas, por muy cosmopolitas que fueran, por mucho mestizaje biótico que se diera en sus lugares de origen, no pudiesen mostrarse indiferentes la primera vez que veían a un miembro de cualquier raza exot. La teoría afirma que estamos integrados en el bioma Terre, y que cada vez que tenemos un atisbo de algo que no desciende de esa cepa original, nuestro cuerpo sabe que no deberíamos siquiera verlo.«

China Miéville es uno de los autores contemporáneos de ciencia ficción y literatura fantástica más aclamados por la crítica y los lectores. Es el único escritor que ha sido galardonado tres veces con el prestigioso premio literario Arthur C. Clarke Award y dos veces con el British Fantasy Award. En 2012, cuando publicó por primera vez Embassytown, se le otorgó el premio Locus a la mejor novela de ciencia ficción del año. Este es el primer título que leo del autor, porque sabéis que no suelo frecuentar mucho del género de la ciencia ficción, y se va directo a mis lecturas más impresionantes de este año.

Los críticos literarios comparan a China Miéville con Kafka, George Orwell, Raymond Chandler, Philip K. Dick, y aunque solo he leído Embassytown, su escritura clara y precisa para tratar cuestiones muy complicadas sí que me ha recordado a Kafka. Eso no significa que Miéville no posea un estilo propio muy marcado -brillante, inteligente, rotundo- y que su novela no sea original e innovadora. Al principio, su lectura me ha parecido difícil porque el worldbuilding es abrumador y el autor no se para a explicarlo sino que deja que sea el propio lector quien se zambulla de golpe en ese nuevo mundo y vaya comprendiendo por sí mismo (lo que ocurre al cabo de pocos capítulos, no sufráis). Es admirable la habilidad de Miéville para jugar con ingredientes de la ciencia ficción y la fantasía clásicas, pero también con elementos de la novela negra, el thriller político y -atención porque se trata de la cuestión principal de Embassytown- con cuestiones lingüísticas. Y es que la protagonista indiscutible de esta novela es la lingüística, la semántica, las paradojas del lenguaje, la polisemia, la relación entre lenguaje y pensamiento, la significación y el yo, la traducción, la intencionalidad del lenguaje, la estructura de un idioma, la mentira y la metáfora, etc. China Miéville inventa una civilización con un lenguaje nominativo que de pronto choca con otro tipo de lenguaje, el humano; y es alrededor de este punto de implosión que la trama de Embassytown se vuelve cada vez más alucinante.

Sé que es una novela difícil de reseñar y de recomendar, sobre todo porque al principio resulta desorientadora para los lectores que no solemos acercarnos a menudo a la ciencia ficción. Pero si sois valientes y os apetece conocer a uno de los escritores vivos más interesantes de nuestra época, os animo a que tengáis paciencia y le deis una oportunidad.

Lector, extraño y maravilloso. Imprescindible para lingüistas.

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Sweeney Todd. El collar de perlas, de James Malcolm Rymer y Thomas Peckett Prest

En la calle Fleet del barrio londinense del Temple, un barbero llamado Sweeney Todd todavía afeitaba a sus clientes por tres peniques a finales del siglo XVIII. Los despachaba en un santiamén, limpiamente y sin quejas. Un día, el teniente de marina Thornhill y su perro Héctor llegan a Londres con la misión de entregar un collar de perlas a una dulce joven llamada Johanna Oakly. La joya perteneció a su enamorado, el desaparecido Mark Ingestrie, quien dejó en manos de Thornhill la misión de llevar el collar a la muchacha en caso de no sobrevivir a un terrible naufragio. El teniente entra en la barbería de Sweeney Todd para arreglarse antes de cumplir su deber con la dama… Y ya no vuelve a saberse nada más de él. El coronel Jeffrey, que aprecia en grado sumo a Thornhill, inicia una investigación alrededor de la desaparición de su colega, su perro y el collar, que lo llevará a descubrir, con ayuda de un eficiente magistrado, la más espantosa y terrible trama sangrienta del Londres de 1785.

«Y sí, era un gran misterio, porque aun admitiendo que Sweeney Todd fuera un asesino —y hay que tener en cuenta que, por ahora, solo disponemos de pruebas circunstanciales de ello—, no podemos formarnos una conclusión, basada exclusivamente en indicios, acerca de cómo habría perpetrado los crímenes o de qué manera se podría haber deshecho de sus víctimas (…) pues si era verdad que dejaba a su paso un reguero de cadáveres, no lo sería menos que encontraba el modo más expeditivo de librarse de ellos con la mayor alevosía.«

Aunque ambientado en 1785, El collar de perlas es un penny dreadful (novelas sangrientas sensacionalistas a un penique el capítulo) que fue publicado por vez primera por entregas en el semanario The People’s Periodical and Family Library entre 1846 y 1847. El propietario de esta revista era Edward Lloyd, un empresario con pocos escrúpulos que solía fusilar las obras de autores famosos y publicarlas con seudónimos —llegó a publicar por entregas una mala copia de Charles Dickens titulada, con todo descaro, Oliver Twiss, entre otros muchos plagios—, pero que finalmente se especializó en los penny dreadful. En el postfacio de Alberto Chesa de esta edición de La biblioteca de Carfax, se nos avisa de que la autoría de El collar de perlas no está clara, pues Lloyd solía trabajar con un equipo de redactores que escribían a cuatro o a veinte manos la sensation novel de turno, y que muchas veces ni siquiera se leían entre ellos para continuar la historia o desarrollar los mismos personajes o subtramas. Sin embargo, parece bastante seguro que James Malcolm Rymer y Thomas Peckett Prest (autores de Varney, el vampiro) tuvieron mucho que ver en la escritura de esta historia.

La historia del siglo XVIII sobre el barbero asesino y los pastelillos de carne humana es una famosísima leyenda urbana del Londres más truculento y oscuro. Nosotros la conocemos porque toda la literatura británica del siglo XIX y posterior se hace eco a menudo y por sus —muy poco fieles— adaptaciones cinematográficas y teatrales más recientes. Probablemente, El collar de perlas es uno de los primeros intentos (al menos, que haya llegado a nuestros días) de poner por escrito esta leyenda urbana. Rymer y Peckett juegan con la complicidad de un lector que ya conoce la escabrosa historia de Sweeney Todd, la calle Fleet y los pasteles de la señora Lovett, y se apoyan en ese mutuo entendimiento para deleitarnos con una narración socarrona, salpimentada con mucho humor negro, diálogos geniales, personajes espeluznantes y un montón de dobles y triples sentidos. Es una novela por entregas con abundantes fallos de trama, incoherencias y personajes sin continuidad —seguramente producto de haber sido escrita por más de una persona que no se leía lo que redactaba la otra—, pero gana muchísimo si se lee al alimón con una buena amiga y con un conocimiento previo de la leyenda del barbero asesino. A mí me ha parecido divertidísima, por momentos brillante por su socarronería, el estilo narrativo y los dobles sentidos de sus diálogos, pero sobre todo me ha encantado conocer la primera versión escrita de esta leyenda urbana londinense.

Lector, te la recomiendo si la lees con alguien más para comentar y reírte. No importa si ya has visto la película o la obra de teatro porque no se parecen en nada: esta versión es anterior.

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Todos en mi familia han matado a alguien, de Benjamin Stevenson

Los Cunningham no tienen, precisamente, una buena relación con la policía: Robert murió en un atraco tras dispararle a un agente, Audrey estuvo involucrada en un feo caso de negligencia homicida y Michael está en la cárcel acusado por su propio hermano. Las reuniones familiares nunca son fáciles, pero en el caso de los Cunningham son peligrosas. Cuando la tía Katherine los reúne a todos en un complejo hotelero en la montaña y aparece un cadáver con signos de haber sido asesinado, a Ernest Cunningham no le queda más remedio que ejercer de detective aficionado si quiere salir de allí más o menos de una pieza. Una tormenta de nieve, un policía torpe, la carga misteriosa de un camión y un montón de trapos sucios le complicarán la investigación al único de los Cunningham que todavía no ha matado a nadie.

«Todos en mi familia han matado a alguien. Algunos, los más activos, más de una vez. No pretendo ser dramático, pero es la verdad y, cuando me senté a escribir esto, con la dificultad hacerlo con una sola mano, me di cuenta de que la única manera posible era diciendo la verdad. Parece una obviedad, pero las novelas de misterio modernas a veces se olvidan.«

He leído la edición en catalán de Columna Ediciones. La traducción en castellano la tenéis en Editorial Planeta

Benjamin Stevenson es un guionista, humorista y escritor de novela negra australiano que optó al premio Ned Kelly First Fiction con su primer libro de ficción, Greenlight. Todos en mi familia han matado a alguien es su tercera novela de misterio y ha sido traducida a varios idiomas. Leí la reseña que Mientrasleo escribió sobre este título cuando salió a librerías y me la apunté como lectura veraniega porque me dio la impresión de que sería divertido, porque leo poco de género negro y porque cuando el autor es guionista una tiene la sensación de que su obra será ingeniosa. No me ha defraudado en absoluto: es divertida, original, inquietante y me encanta que el narrador rompa la tercera pared continuamente.

Todos en mi familia han matado a alguien es una novela de misterio con un planteamiento clásico de whodunit en un hotel casi aislado en las montañas durante una tormenta de nieve. Pero también es un ejercicio narrativo muy simpático de un autor que, al principio de su novela, nos planta el juramento de los miembros del Detection Club (un club secreto fundado en 1930 por escritores de misterio como Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y G. K. Chesterton, entre otros) y el decálogo de Los diez mandamientos de la ficción detectivesca de Ronald Knox (1929) y desafía a los lectores a que lo pillemos rompiendo o tergiversando alguno de esos principios en algún momento de su historia. El resultado es una novela negra, con un planteamiento de tintes clásicos, que también es una historia sobre los secretos, mentiras y crímenes de una familia con una escala de valores —y ahí está la gracia— tan equilibrada como cualquier otra. Y es que los Cunningham, pese al título del libro y a sus peculiares circunstancias, no es ni de lejos la peor familia que te vas a encontrar entre estas páginas.

Lector, original y divertida como una novela del Detection Club.

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Little, de Edward Carey

Existe una maldición china, atribuida a Confucio, que dice «Ojalá vivas tiempos interesantes», y ese es el signo bajo el que nace la pequeña Marie Grosholtz, en Estrasburgo, en 1761. Huérfana de padre, su madre la lleva consigo a Berna, donde trabajará como criada para el cirujano Phillipe Curtius, quien tiene un talento especial para realizar reproducciones en cera del cuerpo humano y sus órganos internos. Marie pronto se convierte en la aprendiz y ayudante personal del doctor Curtius y, juntos, se instalarán en París, donde corren tiempos trepidantes para reproducir en cera las cabezas de las más interesantes personalidades de finales del siglo XVIII: Rosseau, Diderot, D’Alembert, Marat, Robespierre, Voltaire, Necker, Luis XVI…

«El señor Dickens, el novelista, viene a verme. Es un ladrón, desde luego. Se lo cuento todo. Él toma notas. Junto a Marat, abajo, están Burke y Hare, los ladrones de cuerpos escoceses, uno tomado en vida y el otro ya estando muerto. El duque de Wellington solía venir a visitar a mi Napoleón de cera. Ahora tengo un Wellington de cera. Existe un estado entre la vida y la muerte: se llama figuras de cera.«

Edward Carey es un dramaturgo, ilustrador y novelista inglés que durante su juventud trabajó una temporada en el Museo de Cera de Madame Tussaud, lo que le inspiró para escribir Little, una biografía novelada de Marie Tussaud. En castellano, con la magnífica traducción de Lucía Barahona, nos la trae Blackie Books en una edición de tapa dura muy agradable que mantiene las ilustraciones originales del autor.

Una existencia tan apasionante y atípica como la de Marie Tussaud necesitaba muy poquito para convertirse en una novela fascinante. Y es que las andanzas de la más célebre artista en la reproducción de cabezas de cera, en el París de las últimas décadas del siglo XVIII, no podría resultar gris ni aburrida narrada de ninguna de las maneras. Además, el peculiar estilo de Edward Carey, que desdibuja las dudosas líneas entre realidad y fantasía, contribuye a enmarcar con un excéntrico brillo apasionante la juventud de la pequeña Marie. Personajes como Rosseau, Franklin, Diderot, D’Alembert, Houdon, Mesmer, Robespierre, Napoleón, Maria Antonieta o Jacques-Louis David desfilan por las páginas de Little con tanta vivacidad como si el mismo Carey los hubiese entrevistado para su novela. Aunque todo gira alrededor de su protagonista —tan extraordinaria como la época que le ha tocado vivir— (no olvidemos que se trata de una biografía novelada), el autor consigue un retrato vívido y aterrador del París revolucionario y de los primeros años de la República y el consulado a medida que avanza en la creación del mito de Madame Tussaud. Una novela apasionante y única que fantasea alrededor de la vida de una mujer extraordinaria y que bien podría haberse escrito en dos tomos para no dejar al lector con la curiosidad insoportable de los años londinenses de la gran Marie.

Lector, una vida tan interesante se merecía un contexto histórico y una prosa igual de interesantes.

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La pesca del salmón en Yemen, de Paul Torday

Fred Jones, un científico a sueldo del Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura (CNFP), en Reino Unido, que investiga sobre el efecto de las aguas alcalinas en los moluscos, lleva una vida anodina y aburrida hasta que recibe una carta de una prestigiosa consultoría que le propone su participación en un fabuloso proyecto: introducir la pesca del salmón en Yemen. Su primer impulso es considerarlo un disparate y negarse a colaborar, pero cuando la oficina del Primer Ministro toma cartas en el asunto, a Fred no le quedará otra que meterse de lleno en tan fantástico cometido. El artífice de la idea es el jeque yemení Mohamed ben Zaidi bani Tihama, un apasionado de la pesca que desea llevar al wadi Aleyn, en los montes Haraz de su familia, su deporte preferido. A medida que Fred y Harriet, la agente de enlace de la consultoría, trabajan en la implementación de la quimera del jeque empiezan a comprender la importancia del deseo de ben Zaidi, su bondad y el mensaje de esperanza que está dispuesto a llevar a su pueblo.

«He llegado a la conclusión de que crear un rio salmonero en Yemen sería en todos los sentidos una bendición para mi país y mis compatriotas (…). Los wadi se llenarán con las lluvias de verano, bombearemos agua de los acuíferos y los salmones nadarán en el río. Y después mis compatriotas (sayyid, nukka, jazr y hombres de toda clase y condición) se alinearán en las riberas, codo con codo, y pescarán salmones. Y su manera de ser cambiará también (…). Cuando la conversación derive hacia lo que dijo la tribu tal o hizo la tribu cual. o que si los israelíes o los americanos, y la cosa suba de tono, alguien dirá «Levantémonos y vayamos a pescar«.

Paul Torday (1946-2013) fue un ingeniero de Northumberland que a los 59 años decidió publicar su primer libro de ficción, La pesca del salmón en Yemen. La novela, por la que Torday recibió muy buenas críticas y el Premio Wodehouse, fue todo un éxito y tiene una adaptación cinematográfica (Lasse Hällstrom, 2012) protagonizada por Ewan McGregor y Emily Blunt. Pero, aviso a navegantes, aunque la adaptación capta con mucho encanto el tono del libro original, difieren en algunos puntos importantes.

La pesca del salmón en Yemen es una novela epistolar alrededor de un proyecto tan fantasioso que parece imposible y, a la vez, tan bien planteado por Paul Torday que resulta creíble. Aunque la historia avanza siguiendo el hilo de correos electrónicos, cartas, fragmentos de memorias e interrogatorios gubernamentales, son las páginas del diario personal del protagonista, el científico Fred Jones, lo que dota a la novela de un tono ingenuo, original y lleno de ternura. El estilo de Torday es versátil, maneja con soltura el cambio de tono; y su sentido del humor y su mirada esperanzadora, a pesar del pozo negro de la política, marcan la diferencia en esta novela excéntrica y maravillosa (excepto por su final).

A veces, lo que parece imposible se convierte en una bellísima aventura de aprendizaje y superación.

Lector, y esto es lo que ocurre cuando se le deja escribir ficción a un ingeniero.

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