En la Barcelona de la posguerra un niño que está por nacer habla quedamente con su madre, su hermano y su perro. David, el hermano mayor, intuye su voz mientras sobrevive a la ausencia de un padre libertario, cuida a su manera de la hermosa pelirroja embarazada y comparte intimidades con un aviador de la RAF que le escucha desde un poster en la pared de su habitación. La infancia de la posguerra, pese a la delicada atención del inspector Galván, pierde con rapidez la inocencia en un entorno de represión política y corrupción moral, donde las relaciones sólo son sencillas en apariencia y el aire que se respira a veces quema como la vida misma.

Rabos de lagartija es una novela coral donde las distintas voces, algunas tan frágiles como la del bebé nonato, se entrelazan y superponen como capas de una realidad que acepta múltiples lecturas, casi todas tristes y desesperanzadas. Con una prosa privilegiada como la de Marsé, las líneas tejen con delicadeza velos y gasas tenues que componen un argumento contundente, a veces crudo pese a la dulzura, para desgranar la angustia y la tristeza de los protagonistas, porque en la España franquista no hay vencedores, tan sólo víctimas. El autor mide con precisión los ingredientes de una novela equilibrada y con solera, tan bien escrita y pensada como una sola pieza que su rotundidad golpea a lector. Las descripciones de un mediodía caluroso del verano de Barcelona escenario de juegos de dos niños perdidos, el horror gris y húmedo de las comisarías de la época, las tardes en el cine de posguerra, o el exquisito retrato, delicadísimo, de la hermosa pelirroja embarazada, constituyen algunos de los tesoros que guarda este cofre de buena madera que es Rabos de lagartija.

Rabos de lagartija es una novela coral donde las distintas voces, algunas tan frágiles como la del bebé nonato, se entrelazan y superponen como capas de una realidad que acepta múltiples lecturas, casi todas tristes y desesperanzadas. Con una prosa privilegiada como la de Marsé, las líneas tejen con delicadeza velos y gasas tenues que componen un argumento contundente, a veces crudo pese a la dulzura, para desgranar la angustia y la tristeza de los protagonistas, porque en la España franquista no hay vencedores, tan sólo víctimas. El autor mide con precisión los ingredientes de una novela equilibrada y con solera, tan bien escrita y pensada como una sola pieza que su rotundidad golpea a lector. Las descripciones de un mediodía caluroso del verano de Barcelona escenario de juegos de dos niños perdidos, el horror gris y húmedo de las comisarías de la época, las tardes en el cine de posguerra, o el exquisito retrato, delicadísimo, de la hermosa pelirroja embarazada, constituyen algunos de los tesoros que guarda este cofre de buena madera que es Rabos de lagartija.
Lector, siente el olor de las sábanas de algodón recién lavadas, todavía húmedas, tendidas al sol. Si te asomas entre ellas y las apartas un poquito, alcanzarás a ver la delicada melena roja, la suave curva de la futura madre, la belleza tristemente tranquila que ha hechizado al inspector.