Esta segunda novela larga de Anna Gavalda posee un ritmo algo más pausado que Juntos, nada más, sin embargo no deja de hacernos sonreír, pensar y llorar al ir pasando sus estupendas páginas. Aunque la primera mitad del libro resulta un ejercicio algo triste y la acción parece embarrancarse en la apatía del propio protagonista, la segunda mitad compensa al lector con una explosión de color y alegría que contrasta enormemente con el gris anterior. Vale la pena hacer el esfuerzo de conocer a fondo a Balanda porque su búsqueda, su esperanza y su valentía son música para el alma. Resulta enternecedor y clarividente el tratamiento que Gavalda hace de los niños y los adolescentes, y todavía más cautivador, el guiño a sus lectores cuando hace aparecer brevemente al protagonista de su anterior novela con restaurante incluido.
Lector, esta es una novela para los que creen en el amor y en la esperanza, en que vale la pena seguir buscando y no conformarse con la comodidad, a veces tan desgastada y gris, de lo cotidiano.