En la calle Fleet del barrio londinense del Temple, un barbero llamado Sweeney Todd todavía afeitaba a sus clientes por tres peniques a finales del siglo XVIII. Los despachaba en un santiamén, limpiamente y sin quejas. Un día, el teniente de marina Thornhill y su perro Héctor llegan a Londres con la misión de entregar un collar de perlas a una dulce joven llamada Johanna Oakly. La joya perteneció a su enamorado, el desaparecido Mark Ingestrie, quien dejó en manos de Thornhill la misión de llevar el collar a la muchacha en caso de no sobrevivir a un terrible naufragio. El teniente entra en la barbería de Sweeney Todd para arreglarse antes de cumplir su deber con la dama… Y ya no vuelve a saberse nada más de él. El coronel Jeffrey, que aprecia en grado sumo a Thornhill, inicia una investigación alrededor de la desaparición de su colega, su perro y el collar, que lo llevará a descubrir, con ayuda de un eficiente magistrado, la más espantosa y terrible trama sangrienta del Londres de 1785.
«Y sí, era un gran misterio, porque aun admitiendo que Sweeney Todd fuera un asesino —y hay que tener en cuenta que, por ahora, solo disponemos de pruebas circunstanciales de ello—, no podemos formarnos una conclusión, basada exclusivamente en indicios, acerca de cómo habría perpetrado los crímenes o de qué manera se podría haber deshecho de sus víctimas (…) pues si era verdad que dejaba a su paso un reguero de cadáveres, no lo sería menos que encontraba el modo más expeditivo de librarse de ellos con la mayor alevosía.«
Aunque ambientado en 1785, El collar de perlas es un penny dreadful (novelas sangrientas sensacionalistas a un penique el capítulo) que fue publicado por vez primera por entregas en el semanario The People’s Periodical and Family Library entre 1846 y 1847. El propietario de esta revista era Edward Lloyd, un empresario con pocos escrúpulos que solía fusilar las obras de autores famosos y publicarlas con seudónimos —llegó a publicar por entregas una mala copia de Charles Dickens titulada, con todo descaro, Oliver Twiss, entre otros muchos plagios—, pero que finalmente se especializó en los penny dreadful. En el postfacio de Alberto Chesa de esta edición de La biblioteca de Carfax, se nos avisa de que la autoría de El collar de perlas no está clara, pues Lloyd solía trabajar con un equipo de redactores que escribían a cuatro o a veinte manos la sensation novel de turno, y que muchas veces ni siquiera se leían entre ellos para continuar la historia o desarrollar los mismos personajes o subtramas. Sin embargo, parece bastante seguro que James Malcolm Rymer y Thomas Peckett Prest (autores de Varney, el vampiro) tuvieron mucho que ver en la escritura de esta historia.
La historia del siglo XVIII sobre el barbero asesino y los pastelillos de carne humana es una famosísima leyenda urbana del Londres más truculento y oscuro. Nosotros la conocemos porque toda la literatura británica del siglo XIX y posterior se hace eco a menudo y por sus —muy poco fieles— adaptaciones cinematográficas y teatrales más recientes. Probablemente, El collar de perlas es uno de los primeros intentos (al menos, que haya llegado a nuestros días) de poner por escrito esta leyenda urbana. Rymer y Peckett juegan con la complicidad de un lector que ya conoce la escabrosa historia de Sweeney Todd, la calle Fleet y los pasteles de la señora Lovett, y se apoyan en ese mutuo entendimiento para deleitarnos con una narración socarrona, salpimentada con mucho humor negro, diálogos geniales, personajes espeluznantes y un montón de dobles y triples sentidos. Es una novela por entregas con abundantes fallos de trama, incoherencias y personajes sin continuidad —seguramente producto de haber sido escrita por más de una persona que no se leía lo que redactaba la otra—, pero gana muchísimo si se lee al alimón con una buena amiga y con un conocimiento previo de la leyenda del barbero asesino. A mí me ha parecido divertidísima, por momentos brillante por su socarronería, el estilo narrativo y los dobles sentidos de sus diálogos, pero sobre todo me ha encantado conocer la primera versión escrita de esta leyenda urbana londinense.
Lector, te la recomiendo si la lees con alguien más para comentar y reírte. No importa si ya has visto la película o la obra de teatro porque no se parecen en nada: esta versión es anterior.
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¡Pardiez! ¿Y no hablas de la traducción? ¿Ni de las notas a pie de página? ¿Y qué me dices de las prisas por finiquitar el libro? Ay, maese Mónica, lo que nos hemos reído… xDD
Esta historia tiene más agujeros que un queso Gruyère y cosas que quedan sin explicar a porrillo, pero es muy entretenido y eso es más de lo que se puede decir de muchos otros libros.
¡Besote!
Hola. Soy muy fan de Tim Burton pero esta peli de Todd precisamente solo la vi en el cine y nunca más. No me gustó mucho. Me hace gracia que la novela sea un desaguisado con todo el mundo metiendo la mano por ahí pero sé que me voy a cabrear leyendo. Lo curioso es que siempre comentamos cuando leemos libros escritos por dos autores o tres como Mola, no nos damos cuenta de quién escribe qué. Estos al menos fueron honestos en su día. Cuánto me alegro de no haber vivido en la época de novelas por entregas. ¡Sería un sinvivir!
Besos
Pues se ve divertido pero no creo que me anime, que tengo mucho pendiente y no termina de llamarme la atención.
Besotes!!!
Qué curioso lo de las incoherencias y lo del plagio de otras obras.