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Memorias de los últimos días de Byron y Shelley, de E. J. Trelawny

E. J. Trelawny escribe sus memorias sobre los grandes poetas de su época, Percy Shelley (1792 – 1822) y Lord Byron (1788 – 1824), en 1858, unos treinta y seis años después de haberlos conocido en Italia. A través de cartas, recuerdos y poemas, este novelista aventurero, tan romántico como sus héroes literarios, nos ofrece un retrato vívido de los dos bardos ingleses poco antes de su muerte. Shelley es encantador, melancólico, siempre con un libro en la mano y una extraña fijación por navegar, todavía dolido por el exilio de su Inglaterra. Byron, dividido entre la poesía, el adulterio y la insurrección, a menudo se deja dominar por el orgullo y la vanidad y murmura que no se arrepiente de sus escasos pecados sino de los muchos que todavía no ha cometido. Dos figuras muy distintas entre sí que, sin embargo, se encontraban a gusto en compañía uno del otro y enriquecían sus pensamientos y obra poética impulsados por sus debates.

«Byron no soportaba la visión de aquella escena; se retiró a la playa y fue a nado hasta el Bolívar. Leigh Hunt se quedó en el coche. El fuego era tan intenso que el hierro de la parrilla se volvió blanco y el cadáver quedó reducido a grises cenizas. Lo único que no se consumió fueron algunos fragmentos de huesos, la mandíbula y el cráneo; pero lo que más nos sorprendió a todos fue el hecho de que el corazón permaneciese intacto.«

Advierte J. E. Morpurgo en la introducción a Memorias de los últimos días de Byron y Shelley que las memorias de Edward John Trelawny (1792-1881) son muy valiosas para quienes están interesados en los dos grandes poetas, pero que tienen el inconveniente de que su autor solo los conoció hacia el final de sus vidas -Shelley muere en 1822, el mismo año en el que se conocieron en Italia, y Byron, en 1824- y tan solo por unos pocos meses. Ofrece, pues, una aproximación muy íntima a los poetas, pero en un momento muy concreto de sus vidas, en una madurez y una plenitud que no siempre rigieron sus caracteres o sus propósitos. Shelley no había superado el dolor por la pérdida de sus hijos ni la nostalgia por volver a Inglaterra (Shelley abrazó el liberalismo en una época de gobiernos tories) y Byron parecía cansado de Italia, desengañado, reacio a confiar en nadie y, ya en Grecia, tremendamente decepcionado porque su idea sobre helenismo no coincidía con la realidad del territorio bajo dominio turco («No he venido para unirme a una facción sino para unirme a una nación«).

Y, sin embargo, la narración de Trelawny, romántica y mitómana, acerca al lector a la figura de los dos poetas y su entorno con una sencillez y una pasión arrebatadoras; fijando el punto álgido de estas memorias en la muerte y la incineración de Percy Shelley, con unos detalles propios del goticismo de aquel año sin verano de 1816 que los había llevado a orillas del lago Leman. Memorias de los últimos días de Byron y Shelley sin duda es un libro imprescindible para los amantes de romanticismo inglés de principios del siglo XIX, pero también un fragmento biográfico fascinante y perturbador de dos poetas extraordinarios que hicieron historia. Escrito con pluma ágil y emotiva, resulta un placer leer a Trelawny y descubrir, de primera mano, los últimos meses de dos figuras tan controvertidas y románticas. Las notas y la introducción de Morpurgo aportan el marco histórico y biográfico necesario para complementar las lagunas de la visión parcial y sobreentendida de la que a veces peca el autor.

Lector, no te lo pierdas.

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La feria de las vanidades, de William Makepeace Thackeray

A principios del siglo XIX, dos jóvenes inteligentes y encantadoras salen del internado de la señorita Pinkerton al mundo: Amelia Sedley pertenece a una familia burguesa acaudalada y vuelve a casa de su familia para contraer matrimonio con el protegido de su padre; Rebecca Sharp no tiene ni familia ni un penique y va camino de su primer empleo como institutriz de las hijas de un viejo baronet miserable en la campiña inglesa. Amelia ha sido educada entre algodones y está destinada a una vida plácida, protegida y cómoda; Rebecca está destinada a servir, pero no piensa resignarse a seguir siendo pobre y, aunque inexperta, de inmediato pone en práctica toda su picardía y su astucia para camelar a todos alrededor y conseguir la vida de lujos que siempre ha codiciado. ¿Designios del destino o la fuerza del carácter y la voluntad? En el escenario de la hipócrita sociedad londinense de las primeras décadas del siglo XIX, Amelia y Becky asumirán las consecuencias de sus decisiones, sus errores y sus circunstancias.

«La Denuncia se adelanta respetuosamente hacia ella (…) en compañía de la Calumnia (que es tan fatídica como la verdad) (…). Hay gente que debería contratar criados mudos en la Feria de las Vanidades… mudos y que no supieran escribir. Quien sea culpable que tiemble. Quien no lo sea que cuide las apariencias, pues pueden ser tan peligrosas como la culpa.«

William Makepeace Thackeray (1811 – 1863), escritor y periodista, publicó por primera vez La feria de las vanidades en 1847, aunque la historia está ambientada en la primera década del siglo XIX, y la batalla de Waterloo (junio de 1815) resulta un importante punto de inflexión en la trama. La novela se encuadra dentro del realismo inglés de época victoriana al que pertenece su autor y se considera una sátira de la sociedad inglesa y de la vanidad humana. Su subtítulo, Una novela sin héroe, hace referencia a la singularidad de sus dos protagonistas femeninas, personajes que en ningún momento pueden ser calificadas de buenas (heroínas) o malvadas (antiheroínas) sino de todo lo contrario. A menudo, la crítica coincide en señalar al personaje de Becky Sharp como amoral y al de Amelia como pasivo, pero la obra maestra de Thackeray tiene la virtud de dejar en manos del lector esa decisión: a mí Becky me ha parecido desconectada de cualquier emoción y Amelia se me ha hecho odiosa por su vocación de mártir. Y aunque hace más de un mes que terminé de leer esta novela extraordinaria, no quería despedir el año sin reseñar la que sin duda ha sido mi mejor lectura de 2022.

Con sus casi novecientas páginas (en la edición de Alba Editorial), La feria de las vanidades es una historia que se disfruta por sus personajes, por su incisiva y burlona crítica social y por las magníficas reflexiones de su autor sobre la naturaleza humana. Resulta de una pericia sublime narrar una historia sin héroe ni heroína, manteniendo siempre el extraño contraste entre las dos protagonistas y unos caracteres que en nuestro siglo siguen siendo reales como la vida misma, pues no está en la naturaleza humana el don de progresar. He disfrutado especialmente de las reflexiones de Thackeray sobre la mentira, la hipocresía y el peligro que corre la reputación de una mujer cuando la sospecha sobre su virtud se ve enturbiada a pesar de la ausencia de culpa (la mujer del César debe ser virtuosa y, además, parecerlo). La punzante prosa del autor, su humor satírico que no deja títere con cabeza, la inteligencia de su narración y personajes, la universalidad de sus escenas y sus extraordinarios recursos literarios han convertido La feria de las vanidades en mi lectura preferida de este año y, aunque esta errática opinión no le hace justicia, os recomiendo muy encarecidamente que la leáis.

Lector, un clásico universal sobre la naturaleza humana.

También te gustará: Los papeles póstumos del Club Pickwick; Evelina; La expedición de Humphrey Clinker; Nicholas Nickleby; Tiempos difíciles; Belinda

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Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burroughs

En 1888, John Clayton, el joven Lord Greystoke, y su esposa Alice parten desde su Inglaterra natal con destino a las inmediaciones del Congo africano, con orden de su gobierno de supervisar una colonia inglesa e informar sobre los supuestos abusos sobre la población nativa por parte de otros europeos. Víctimas de un trágico motín de los marineros que tripulan su barco, el matrimonio se encuentra abandonado a orillas de una selva únicamente habitada por animales salvajes. Es allí donde nace su bebé, John Clayton junior, aunque la esperanza de la pareja pronto se verá truncada por terribles circunstancias. En esa misma selva, la joven Kala, integrante del grupo de grandes simios liderado por Kerchak, acaba de perder a su pequeño hijo en un accidente; devastada por el dolor, no podrá resistirse a adoptar al bebé humano de los Cayton cuando la ley de la selva imponga su sentencia a los recién llegados.

«Con ternura cuidó Kala de su niño abandonado, pensando en silencio por qué no ganaba fuerza y agilidad como los monitos de otras madres. Transcurrió cerca de un año desde que la criatura llegó a sus brazos hasta que pudo andar solo. Y cuando de trepar se trataba… ¡ay, qué lerdo era!«

Edgar Rice Burroughs (1875-1950) fue un escritor norteamericano de gran éxito gracias a sus series de novelas pulp, de ciencia ficción, históricas y del Oeste. Aunque su personaje más conocido es Tarzán, este norteamericano, que sirvió en el 7º de caballería, fue buscador de oro, comerciante, vaquero y policía antes de dedicarse por entero a la escritura, y se convirtió en uno de los novelistas más leídos durante la primera mitad del siglo XX. Yo nunca había leído Tarzán de los monos, solo había visto las adaptaciones cinematográficas de 1984 (Greystoke, la leyenda de Tarzán) y de 2016 (Tarzán), así que cuando supe que Nordica Libros publicaba una nueva traducción del clásico de Burroughs me fui a la librería a comprarme un ejemplar. Fue Miss Hurst, de Las inquilinas de Netherfield, quien me advirtió que podía leer el título para la premisa de Clásico prohibido en algún momento de la historia para el Reto Todos los clásicos grandes y pequeños 2022. Pensé que la prohibición se debería a cuestiones de racismo o colonialismo o algo similar. Pues no. De nuevo fue Rosa quien me aclaró el asunto: Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burrough, fue prohibido en algunas escuelas, institutos y bibliotecas de Estados Unidos porque mostraba a sus dos protagonistas, Tarzán y Jane Porter, cohabitando juntos en la selva sin haberse casado (os dejo aquí un artículo que lo explica mejor: The most surprising banned books). Vaya por delante, que esta edición de Tarzán de los monos contiene escenas muy sexis de Tarzán (desnudo) y Jane abrazándose, besándose y desplazándose de árbol en árbol colgados de una liana. Todo muy escandaloso. Bromas aparte, os avanzo que me sorprendió la trama romántica de la segunda mitad del libro por razones que no puedo contar por spoiler.

Tarzán de los monos, publicada por vez primera en 1914, es una novela de aventuras con superhéroe perfecto, con una primera mitad muy al estilo de aventuras clásicas como La isla del tesoro y una segunda mitad un poco más confusa y pulp, un poco sensation novel caótica de principios del siglo XX, que mezcla romance, suspense y no sé qué de superhéroes de antes de la Segunda Guerra Mundial. Aviso a los lectores que van a encontrar ideas racistas —aunque progresista, estamos hablando de la obra de un autor estadounidense de la primera década del siglo pasado—, pero también una sorprendente y estimulante crítica al colonialismo europeo en África y una reflexión muy divertida sobre el buen hombre salvaje. Y es que Tarzán de los monos, en mi opinión —aunque como historiadora sé que no debemos reinterpretar los clásicos desde nuestra perspectiva—, por encima de todo resulta tremendamente clasista, pues Burroughs nos enseña un hombre perfecto (inteligente, fuerte, alto, honorable, moral, generoso, valiente, etc.) que no debe su perfección a su raza caucásica sino a que es un aristócrata descendiente de aristócratas, y la nobleza no se pierde ni siquiera aunque te haya criado una simio gigante en las profundidades de la jungla.

Lector, conoce el origen de la leyenda aunque sea un poco raruno.

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La leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving

En el retirado valle de Sleepy Hollow, en el condado de Nueva York, corren muchas leyendas, pero quizás la más terrorífica sea la del Jinete sin Cabeza, el sanguinario fantasma de un mercenario alemán, de la Guerra de Independencia, que merodea algunas noches por los parajes más solitarios del lugar. El maestro de Sleepy Hollow, Ichabod Crane, es un larguirucho y estrambótico glotón enamorado de Katrina van Tassel, la guapa hija del terrateniente. Un poco presumido por su fama de erudito, Crane se las da de experto en Historia de la brujería en Nueva Inglaterra, de Cotton Mather, y disfruta contando historias de terror a sus paisanos. Hasta que una noche, reunidos los vecinos del pueblo en la fiesta de los Van Tassel, todo cambiará para el peculiar maestro y sus planes de enamorado.

«Había en Ichabod una rara mezcla de tímida astucia y crédula ingenuidad. Su apetito por lo maravilloso era tan extraordinario como su capacidad para digerirlo y las dos cosas se habían visto acrecentadas a raíz de su estancia en la región encantada. No había cuento, por burdo o monstruoso que fuera, que resultara demasiado grande para su estómago.«

Washington Irving (Nueva York, 1783 – 1859) fue un periodista, abogado, diplomático, historiador y escritor adscrito al movimiento cultural romanticista de finales del siglo XVIII y primeras décadas del XIX. Tal vez por la célebre adaptación cinematográfica de Tim Burton (una interpretación muy libre), su título más popular traducido al castellano sea, precisamente, La leyenda de Sleepy Hollow, aunque en nuestro país Irving es conocido por residir varios meses del año 1829 en el palacio de la Alhambra, en sus tiempos de embajador estadounidense, y publicar sus bellísimos Cuentos de la Alhambra.

La leyenda de Sleepy Hollow es un relato romántico (no de amor, sino perteneciente a la corriente romanticista, se entiende) que Irving escribió y publicó en 1819-1820 y que rápidamente pasó a formar parte del folklore estadounidense ya que hundía las raíces de la leyenda en la historia de los primeros colonos holandeses que se asentaron en lo que se convertiría en Nueva York. Además de la atmósfera de misterio, me gusta mucho el tono encantador y humorístico que el autor imprime a esta historia, tan bien llevada por una prosa un pelín socarrona y siempre rica y fluida. Washington Irving tiene una manera de contar divertida y cómplice, unas descripciones vívidas y un final que cuenta con el juego del lector. Aunque no se trata de un relato de terror, sí que tiene un aire gótico estupendo y una crónica simpatiquísima del condado estadounidense y de sus gentes a principios del siglo XIX.

Lector, para disfrutar de este delicioso relato, olvida la versión de Tim Burton.

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Howard Carter: La tumba de Tutankhamón

El 4 de noviembre de 1922, Howard Carter hallaba los escalones que conducían a la entrada de la tumba del faraón, de la XVIII dinastía, Tutankhamón. De inmediato, corrió a telegrafiar a su amigo, compañero de aventura y mecenas, Lord Carnarvon: Finalmente he hecho descubrimiento maravilloso en Valle, una tumba magnífica con sellos intactos; recubierto hasta su llegada; felicidades. Se iniciaba así una campaña de más de diez años para excavar, vaciar, catalogar y estudiar el mayor hallazgo arqueológico del antiguo Egipto de toda la historia. Aunque los expertos habían señalado que ya no quedaban más tumbas por excavar en el Valle de los Reyes, Howard Carter jamás se había dado por vencido; tenía indicios suficientes para sospechar que el faraón Tutankhamón fue enterrado allí y al fin lo encontró, a salvo, olvidado en las profundidades, bajo las cabañas de los antiguos trabajadores. La única tumba del Egipto faraónico casi intacta, con sus capillas, su sarcófago y su momia tal y como fueron depositados en el interior de la roca, 3.300 años antes de que el doctor Carter las descubriera.

«Sentimos que estábamos en presencia de un rey muerto y le debíamos reverencia, y en nuestra imaginación podíamos ver las puertas de las sucesivas capillas abrirse una tras otra hasta que en la más profunda aparecería el mismo rey.«

Para conmemorar el centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón (1342 aC -1325 aC), Miss Hurst, que es una rendida admiradora del doctor Carter, me propuso leer el ensayo del famoso arqueólogo con la introducción del breve libro de José Miguel Parra que reseñé esta semana. Había leído La tumba de Tutankhamón de Howard Carter durante mi segundo año en la facultad de historia y lo recordaba como un ensayo muy serio aunque fascinante; sin embargo, esta segunda lectura —seguramente porque MH me ayudó a comprender mejor la biografía de Carter— ha resultado ser mucho más emocionante. Este libro es el compendio de más de diez años de trabajo arqueológico en la única tumba faraónica no profanada, pero también la historia de su descubrimiento, del talento de los hombres y mujeres que cambiaron nuestra comprensión del Egipto faraónico y de la repercusión mediática y emocional que supuso en la época. Destaca la intuición y talento de Howard Carter que, aunque escribió este libro alrededor de 1927, entre campaña y campaña en el Valle de los Reyes, y aunque investigaciones posteriores aportaron novedades sobre su hallazgo gracias a las nuevas tecnologías, sus teorías y observaciones a pie de la excavación siguen siendo válidas y correctas en la actualidad.

«La familiaridad con algo no puede disipar por completo la atmósfera de misterio ni el sentimiento de las fuerzas que yacen en la tumba, desaparecidas pero de algún modo presentes. La seguridad de que el pasado y el presente se funden está grabada en la mente del arqueólogo (…).
Luego, una vez más, nuestras potentes lámparas eléctricas iluminaron el gran sarcófago de cuarcita. Bajo el cristal que había hecho colocar sobre él podía verse el féretro de oro, que parecía aumentar su poder de atracción sobre nuestras emociones cuanto más lo mirábamos: con las sombras de los antiguos dioses no se puede intimar de un modo vulgar y corriente.«

Howard Carter, además de un gran arqueólogo, egiptólogo y detective, tiene un don para convertir un ensayo académico en una aventura apasionante. Su narración del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón y los trabajos de excavación, rescate, conservación, análisis y estudio del tesoro y del cuerpo del faraón no solo es la enumeración de un catálogo sino que se convierte en la crónica, emocionante y legendaria, de cómo atravesó más de treinta siglos para escuchar el testimonio de un rey. Con una escritura apasionada, descriptiva y cercana, el arqueólogo consigue llegar sin problemas hasta el lector del siglo XXI para relatar la aventura de la búsqueda, la emoción del descubrimiento, el asombro de los tesoros, las dificultades de su traslado, el misterio de su maldición y la gloria de su memoria. Pero Carter también reflexiona sobre la vida y los lazos afectivos y familiares del faraón, sobre la importancia del hallazgo para el estudio de las generaciones futuras, sobre la fauna y la flora de hace más de 3.300 años o sobre la correspondencia de la manifestación física de los dioses faraónicos y el significado del ajuar funerario de Tutankhamón, entre otras muchas cuestiones.

De los veintisietes monarcas que fueron enterrados en el Valle de los Reyes, Tutankhamón debió ser el menos importante y de ajuar funerario más modesto; un joven que murió antes de cumplir veinte años, hijo de Akenatón, nieto de Amenhotep III, un rey de una dinastía decadente que no tuvo tiempo de destacarse más allá de la transición de la herejía de Atón al regreso del culto a Amón. Howard Carter nos señala que la enorme trascendencia del hallazgo de su sepultura se debe a que fue hallada intacta y esto resultó de extraordinario valor para los historiadores y arqueólogos, que pudieron reconstruir ritos funerarios, costumbres y ajuar con mayor fidelidad que en otros sepulcros saqueados. Pese a que había sufrido la intrusión de bandidos en época dinástica, todavía quedaba intacto alrededor de un 40% del tesoro, y las capillas y los sarcófagos del rey fueron encontrados con los sellos intactos. Por primera vez, los arqueólogos del siglo XX podían trabajar sobre la tumba y la momia no profanadas de un faraón. Y aunque se trataba de un enterramiento modesto, nada comparable a los tesoros y maravillas que debieron formar parte de las sepulturas de faraones de la talla de Ramsés II el Grande o Seti I, marcó un antes y un después en nuestra comprensión de la antigüedad.

Lector, ajústate el salacot y adéntrate en la aventura del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, junto a Howard «Indiana» Carter. Te apasionará.

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