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La excavación, de John Preston

En el verano de 1939, en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Edith Pretty, propietaria de Sutton Hoo, en Suffolk, decide excavar los túmulos de sus tierras con la esperanza de hallar algún tesoro perdido. La señora Pretty, viuda y a cargo de su hijo pequeño Robert, siente que se le acaba el tiempo para llevar a cabo un proyecto con el que ya soñaba cuando su marido estaba vivo por lo que, convencida de que será ágil, pide ayuda a Basil Brown, un arqueólogo autodidacta e independiente de la zona. Las probabilidades de encontrar algo en esos viejos túmulos es muy pequeña pues, desde la Edad Moderna, los saqueadores han pasado por allí. Contra todo pronóstico, Brown encuentra lo que parece un barco funerario y, de repente, el yacimiento de Sutton Hoo salta a los medios de comunicación: en las tierras de Edith Pretty descansa uno de los mayores tesoros arqueológicos encontrados en suelo británico. La llegada de los expertos del British Museum cambiará para siempre la vida tranquila de los Pretty.

«Durante todo ese tiempo había estado dando por sentado que el barco de Sutton Hoo era vikingo. Ni siquiera me había permitido retroceder más. Pero ¿y si era anglosajón? ¿Y no solo anglosajón, sino anglosajón temprano? Evidentemente, eso dio alas a mis ideas. Y de qué manera. Aparte de todo lo demás, esa hipótesis hacía que el barco fuese mucho más antiguo de lo que yo pensaba. Hasta trescientos años de antigüedad: anglosajón temprano abarcaba los siglos V y VI, lo que situaría la nave en la Alta Edad Media.«

John Preston es un periodista, editor y novelista británico que, en 2007, publicó La excavación, un libro alrededor del descubrimiento del tesoro de Sutton Hoo que entrelaza con habilidad ficción con acontecimientos históricos durante el verano de 1939. Preston es sobrino de Peggy Piggott, una de las arqueólogas que trabajaron en el yacimiento antes de que tuviese que cerrarse y protegerse de los bombardeos nazis y que en la novela tiene un papel protagonista de tintes románticos. Llegué a este libro por su adaptación cinematográfica del mismo título, que puede verse en Netflix protagonizada por Carey Mulligan, Ralph Fiennes y Lily James. Novela y película son muy similares y ambas me han parecido delicadas, bellas y conmovedoras.

John Preston noveliza el descubrimiento del barco funerario de 24 metros de eslora en Sutton Hoo durante los meses del verano de 1939 a través de la ficticia narración en primera persona de sus tres personajes protagonistas: Edith Pretty, Basil Brown y Peggy Piggott. La narración fluye con rapidez y emoción en la voz del enérgico señor Brown, sosegada y melancólica cuando se trata de Pretty, y apasionada a cargo de la joven y perdida Peggy. Esta narración a tres voces, con el breve colofón final de un Robert Pretty adulto contándole al lector cuál fue el destino del tesoro años después de su descubrimiento, dota a la novela de ritmo, calidez y una profunda y conmovedora visión sobre el miedo, la soledad y el olvido que acompaña a los seres humanos en distintos momentos de su vida. La prosa de Preston es correcta, precisa y elegante, y sabe equilibrar con delicadeza y mucho acierto la ficción y los hechos reales de la historia que narra para que transcienda más allá de la crónica de uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo XX en Europa.

Lector, no importa si lees antes el libro y ves después la película o al revés, las dos son bellísimas.

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Los vecinos de Lady Chester, de Emily Eden

La joven Lady Chester pasa los últimos meses de su embarazo en la apacible villa de Pleasence, una casa adosada a orillas del río, a las afueras de Londres, mientras su marido cumple una misión en Berlín. Muy pronto, los temores de la bella y encantadora Lady Chester sobre las molestias de sus vecinas se verán superados cuando conozca a la educada y simpática familia Hopkinson, que la acompañarán en sus agradables conspiraciones para favorecer los noviazgos más prometedores, velar por la prosperidad del vicario o esquivar a la baronesa Sampson, la más insoportable y esnob de todos los londinenses.

«—Bien, tía —dijo Blanche—, si usted admite con sinceridad que la señora Hopkinson sí está gorda, sí lleva mitones y sí que sabe lo que ocurre en mi cocina, con gusto yo le concederé que es una vecina muy hospitalaria y que su salón seco resulta muy cómodo tras haber estado en nuestra pérgola mojada.
—Deberías añadir, querida, que una casa adosada tiene sus ventajas: si una mitad arde, puedes refugiarte en la otra.«

Emily Eden (1797-1869) fue una poeta y novelista británica cuya holgada situación financiera como séptima hija del barón de Auckland le permitió no contraer matrimonio y dedicarse a la literatura por vocación y no como medio de sustento. Las novelas más célebres de Eden fueron The Semi-Attached Couple (Una pareja casi perfecta) y The Semi-Detached House (Los vecinos de Lady Chester) que fueron publicadas por primera vez en Inglaterra en 1860 y en 1859, respectivamente. Aunque Los vecinos de Lady Chester fue publicada meses después de su escritura, no ocurre lo mismo con Una pareja casi perfecta, que fue escrita en 1829, todavía en época de Regencia, por lo que al comparar ambas novelas no solo se nota la evolución narrativa de su autora sino también el cambio socio-cultural de la época. Y aunque en ambas historias puede encontrarse el encanto, el sentido del humor y la admiración que Emily Eden sentía por Jane Austen, Los vecinos de Lady Chester es una obra más madura y mejor ejecutada.

Los vecinos de Lady Chester es una novela divertida y con mucha chispa, perfecta para acompañar nuestras tardes de verano. Destaca por lo ingenioso de la narración, por el sentido del humor y por unos personajes de mucho carácter muy bien construidos. La influencia austenita es innegable y el talento de Emily Eden consigue analizar con precisión y brillantez las relaciones humanas, bien enmarcadas en su contexto histórico, de un grupo de personas de diferente clase social a las afueras de Londres. Entre líneas, la autora señala cómo la verdadera elegancia reside en la educación, la amabilidad y la empatía y cómo esta huye del esnobismo y la vulgaridad (en este caso, los elegantes encarnados en una aristocracia de viejo abolengo y, los vulgares, en unos nuevos ricos especuladores). Me ha gustado incluso más que Una pareja casi perfecta, por la maestría de la autora en la narración y los diálogos y por la inteligencia y la sutilidad de sus capítulos. Es genial que las editoriales recuperen en castellano estas pequeñas joyas literarias con tanto encanto, son un regalo y un remanso de paz. La pena es que la traducción no ha seguido el juego de los títulos originales de Emily Eden (como las novelas son «mellizas» hubiese estado bien que ambas las hubiese publicado la misma editorial y que se hubiese mantenido ese juego) y que el diseño de cubierta, en mi opinión, resulta poco favorecedor.

Lector, para irse de vacaciones a Pleasance.

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La pesca del salmón en Yemen, de Paul Torday

Fred Jones, un científico a sueldo del Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura (CNFP), en Reino Unido, que investiga sobre el efecto de las aguas alcalinas en los moluscos, lleva una vida anodina y aburrida hasta que recibe una carta de una prestigiosa consultoría que le propone su participación en un fabuloso proyecto: introducir la pesca del salmón en Yemen. Su primer impulso es considerarlo un disparate y negarse a colaborar, pero cuando la oficina del Primer Ministro toma cartas en el asunto, a Fred no le quedará otra que meterse de lleno en tan fantástico cometido. El artífice de la idea es el jeque yemení Mohamed ben Zaidi bani Tihama, un apasionado de la pesca que desea llevar al wadi Aleyn, en los montes Haraz de su familia, su deporte preferido. A medida que Fred y Harriet, la agente de enlace de la consultoría, trabajan en la implementación de la quimera del jeque empiezan a comprender la importancia del deseo de ben Zaidi, su bondad y el mensaje de esperanza que está dispuesto a llevar a su pueblo.

«He llegado a la conclusión de que crear un rio salmonero en Yemen sería en todos los sentidos una bendición para mi país y mis compatriotas (…). Los wadi se llenarán con las lluvias de verano, bombearemos agua de los acuíferos y los salmones nadarán en el río. Y después mis compatriotas (sayyid, nukka, jazr y hombres de toda clase y condición) se alinearán en las riberas, codo con codo, y pescarán salmones. Y su manera de ser cambiará también (…). Cuando la conversación derive hacia lo que dijo la tribu tal o hizo la tribu cual. o que si los israelíes o los americanos, y la cosa suba de tono, alguien dirá «Levantémonos y vayamos a pescar«.

Paul Torday (1946-2013) fue un ingeniero de Northumberland que a los 59 años decidió publicar su primer libro de ficción, La pesca del salmón en Yemen. La novela, por la que Torday recibió muy buenas críticas y el Premio Wodehouse, fue todo un éxito y tiene una adaptación cinematográfica (Lasse Hällstrom, 2012) protagonizada por Ewan McGregor y Emily Blunt. Pero, aviso a navegantes, aunque la adaptación capta con mucho encanto el tono del libro original, difieren en algunos puntos importantes.

La pesca del salmón en Yemen es una novela epistolar alrededor de un proyecto tan fantasioso que parece imposible y, a la vez, tan bien planteado por Paul Torday que resulta creíble. Aunque la historia avanza siguiendo el hilo de correos electrónicos, cartas, fragmentos de memorias e interrogatorios gubernamentales, son las páginas del diario personal del protagonista, el científico Fred Jones, lo que dota a la novela de un tono ingenuo, original y lleno de ternura. El estilo de Torday es versátil, maneja con soltura el cambio de tono; y su sentido del humor y su mirada esperanzadora, a pesar del pozo negro de la política, marcan la diferencia en esta novela excéntrica y maravillosa (excepto por su final).

A veces, lo que parece imposible se convierte en una bellísima aventura de aprendizaje y superación.

Lector, y esto es lo que ocurre cuando se le deja escribir ficción a un ingeniero.

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Las confesiones del señor Harrison, de Elizabeth Gaskell

Todo está tranquilo en el pequeño pueblo de Duncombe y, mientras la noche cae fuera, los hermanos Harrison charlan animadamente junto a la chimenea. Charles le pregunta a Frank cómo conoció a su encantadora esposa y el joven doctor de Duncombe se embarca en una divertidísima narración, llena de equívocos y desastres, sobre su llegada al pueblo y sus aventuras amorosas. En un lugar en donde cuatro de cada cinco habitantes son mujeres, las opciones del doctor Harrison son, quizás, abrumadoras.

«La peça del fons era la meva sala de consultes («la biblioteca», em va aconsellar que l’anomenés), i va donar-me una calavera per posar al capdamunt de la llibreria, on els meus llibres de medicina ocuparien els llocs més visibles, i els de la senyoreta Austen, Dickens i Thackeray, els va col.locar el senyor Morgan, personalment, una mica desordenats, de cap per avall o amb el llom de cara a la paret.«

Elizabeth Gaskell (1810-1865) escribió y publicó Las confesiones del señor Harrison en 1851, una novela corta que, junto con Cranford y La señora Ludlow, forma parte de las llamadas Crónicas de Cranford. Ambientada en la imaginaria localidad de Duncombe, que los estudiosos de la vida de la autora consideran una entrañable referencia al Knutsford de su infancia, es una historia costumbrista con mucho encanto, en la que la trama del interés amoroso y el sentido del humor cobran más protagonismo que en Cranford; aunque también trate sobre los lazos y las anécdotas de convivencia de una pequeña comunidad en la Inglaterra rural victoriana.

Las confesiones del señor Harrison es una historia divertida que he disfrutado muchísimo por su sentido del humor, sus equívocos sobre el interés amoroso del joven doctor protagonista y por reencontrarme con algunos de los personajes que tanto me encandilaron en Cranford. Es ese tipo de historias sobre las que D. E. Stevenson nos decía que a menudo era importante poner el telescopio al revés porque lo interesante resultaba ser lo más pequeño: en una comunidad reducida, lejos del mundanal ruido, parece que no ocurra nada, pero los dimes y diretes, los malentendidos, las envidias, la solidaridad, el amor, la amistad o la conciencia de clase cobran un protagonismo brillante gracias a la habilidad narrativa de Elizabeth Gaskell. La autora, no solo conocía bien esas comunidades porque se había criado en una, sino que además tiene el don de aderezar su simpatiquísima trama con un sinfín de personajes tan humanos como exasperantes. Y atención porque su amor por Dickens, Austen o Thackeray sigue tan presente en sus ficciones como en su vida.

Lector, no importa si la lees antes o después de Cranford porque te va a encantar de todas formas.

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Cranford, de Elizabeth Gaskell

De vez en cuando, la joven Mary Smith vuelve al pequeño pueblo de Cranford, en la plácida campiña inglesa, para visitar a la señorita Matty Jenkyns. Pocas cosas han cambiado en la querida villa, donde apenas vive algún caballero y las señoras jamás hablan de su pobreza y todavía observan un rígido protocolo de lo más esnob a la hora de invitarse a merendar. El recuerdo de Deborah Jenkyns y su desacuerdo sobre Dickens con el capitán Brown el dolor por la ausencia de Peter, un viejo amor que nunca termina de olvidarse, las aburridísimas invitaciones de la señora Jamieson y su repelente Carlo, el maldito mayordormo Mulliner acaparador del diario o la novedosa aparición de Lady Glenmire, entre otras muchas anécdotas, componen el minúsculo universo encantador, amable y solidario de las damas de Cranford.

«En primer lugar, Cranford pertenece a las amazonas; todos los residentes de casas por encima de cierta renta son mujeres. Si un matrimonio llega al pueblo para instalarse, el caballero desaparece por alguna razón; bien porque le aterra el hecho de ser el único hombre en las veladas de Cranford, bien porque su regimiento o barco lo reclaman, o porque se pasa toda la semana dedicado al trabajo en la vecina localidad de Drumble, a tan solo veinte millas en ferrocarril. Es decir, por una razón u otra, en Cranford no hay caballeros. ¿Qué harían allí si los hubiera? El doctor tiene una ronda de treinta millas y duerme en Cranford; pero no todos los hombres pueden ser médicos.«

Esta ha sido mi segunda lectura de Cranford, de Elizabeth Gaskell, posiblemente la obra breve más famosa de la autora y, hasta la fecha, mi preferida. Aunque se editó por primera vez en un solo volumen, en 1853, con anterioridad a Norte y sur (1855), Gaskell la escribió y publicó por entregas entre los años 1851 y 1852 en la revista Household Words, dirigida por su colega Charles Dickens. Mi relectura ha sido un poco accidentada, por circunstancias personales, pero el buen recuerdo que tenía de esta encantadora e ingeniosa historia ha crecido, excepto por el detalle de que prefiero la traducción de María Faidella (Alba Editorial, 2012).

Además de disfrutar con este compendio de anécdotas, cuyo hilo conductor es la pequeña comunidad de Cranford, y apreciar el sentido del humor, la ironía de Elizabeth Gaskell y el encanto de sus personajes tan bien perfilados, esta vez me ha llamado la atención la habilidad de la autora para dejar entrever cuestiones de la realidad histórica de mediados del siglo XIX pese al tono idílico de su comunidad. En este sentido, por ejemplo, encontramos algunas consecuencias de las guerras napoleónicas de las primeras décadas del XIX, se cuelan de refilón los primeros síntomas de la Revolución Industrial pese a hallarnos en la campiña —cuestión que Gaskell trataría con más profundidad en Norte y sur— y entrevemos una quiebra bancaria y el gran problema de las damas europeas de la época: ¿cómo podían ganarse la vida si no tenían acceso a la educación y la sociedad y la moral religiosa censuraban con tanto ahínco que se ganaran el pan con el sudor de su frente? Como sucede en las mejores novelas, tras su aparente encanto y sencillez, Cranford es un sutil reflejo de su tiempo además de una obra literaria que sigue robándonos el corazón.

Lector, vuelve a Cranford siempre que lo necesites, te espera, inmutable.

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