Novelas
Publicadas
Archivo de la etiqueta: metaliteratura
La escritora vive aquí, de Sandra Petrignani
La periodista y escritora de libros de viajes Sandra Petrignani visitaba la casa de Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf, Charleston Farmhouse, en East Sussex, Inglaterra, cuando supo que quería escribir este libro. «Una casa dice la verdad de quien la habita», reflexiona Petrignani. Tirando del hilo de esta premisa, escoge los hogares de seis escritoras relevantes de la primera mitad del siglo XX y escribe, tras visitar las residencias, una biografía breve y muy personal sobre Grazia Deledda, Marguerite Yourcenar, Colette, Alexandra David-Néel, Karen Blixen y Virginia Woolf. Se centra en mostrar a la mujer, a la persona, por encima de su obra literaria, acudiendo a fuentes contemporáneas y siempre muy pendiente de la decoración, del ambiente, del uso, de lo que le trasmiten esas casas museos que han perdurado en el tiempo casi tanto como sus libros.
«La idea que nos hacemos de la dicha o desdicha de los otros es muy arbitraria. Por lo general, proyectamos en el destino de los demás nuestros miedos, envidias y expectativas.»
Empecé La escritora vive aquí sin haber leído ni críticas ni sinopsis ni saber nada de antemano. Quizás me esperaba un ensayo similar al de La casa de una escritora en Gales, de Jan Morris, una delicia llena de excentricidad y de humor socarrón que ha resultado no tener nada ver con el título de Sandra Petrignani (Piacenza, 1852). No sé si Petrignani escogió a estas seis autoras porque podía visitar con relativa facilidad sus respectivas casas, porque eran algunas de sus escritoras favoritas (en el caso de Deledda, así lo confiesa) o porque le parecieron las figuras femeninas más relevantes del siglo pasado. Lo cierto es que hay algo en común en las breves semblanzas de Petrignani sobre estas mujeres: a todas ellas nos las presenta como autoritarias, déspotas, veleidosas, atormentadas, infelices y con una gran capacidad de atormentar y hacer infelices a todo aquel que se les acercase demasiado. Me pregunto —de nuevo, otra duda, esta reseña parece sustentarse en mis dudas— si esas señoras de verdad fueron así o si tuvieron que comportarse así para que las tomaran en serio como escritoras y pensadoras en una época en la que la literatura seguía siendo cosa de hombres. Y, sin embargo, Grazia Deledda fue Premio Nobel en 1926. La única excepción es, quizás, la aproximación que se nos ofrece de Virginia Woolf, que se presenta envuelta en los algodones de su entorno familiar y con un perfil psicológico muy dulcificado.
Lejos de la mitomanía sobre escritores y poetas de Trelawny que leí el mes pasado (y que me entusiasmó), La escritora vive aquí es un ensayo biográfico tamizado por el precioso estilo narrativo de Sandra Petrignani, pero también por una mirada que se aleja de mitos y escarba en los dramas, las pasiones y los abismos de grandes escritoras del siglo pasado. Creo que me ha gustado tanto porque, aunque disfruto mucho con los cuentos de Karen Blixen, reconozco que no soy especialmente fanática de ninguna de las escritoras que nos retrata. Quiero decir, que no sé si me atrevo a recomendar este libro a lectoras y lectores muy devotos de estas señoras porque el retrato que de ellas nos ofrece Petrignani es terrible.
También te gustará: Ex-libris, confesiones de una lectora; Signatura 400; Un hombre con atributos; La casa de una escritora en Gales
La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross
Mary Shelley (1797-1851) fue hija de Mary Wollstonecraft, escritora, pensadora y filosofa, autora de La vindicación de los derechos de la mujer, y William Godwin, filósofo y político precursor del pensamiento anarquista. Huérfana de madre a los pocos días de nacer, Mary se instaló en Londres con su padre, que volvió a casarse en segundas nupcias con su vecina, quien tenía una hija, Claire Clairmont. Fue en ese hogar londinense de los Godwin donde Mary conoció y charló con autores como Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth o Percy Bhysse Shelley. Es una época morbosa, en la que la muerte está muy presente en la vida cotidiana: Coleridge les lee un poema anatómico forense, Godwin escribe Ensayo sobre los sepulcros, Mary visita a menudo la tumba de su madre en Saint Pancrass, lee y escribe allí, sentada junto a su lápida, se cita en secreto allí con Percy, que está casado. Mary y Percy huyen juntos al continente, escapan de los deudores, de las familias que los tachan de inmorales, de la política inglesa, de la pérdida de un bebé, del mundo. En 1816, el año sin verano, pasan unos meses a orillas del lago Leman, cerca de Ginebra, con Lord Byron y Polidori, y entonces, Mary Shelley, con tan solo diecinueve años, escribe la historia más terrorífica jamás contada.
«La versión tenebrosa de la ciudad la reclama, indispensable, aunque parezca raro que una mujer joven, casi una chica, eligiera escribir sobre ese mundo que la aterraba. Tenía miedo, contó su miedo. A unas cuadras de su casa de la calle Skinner estaban la cárcel, el cementerio y el parque. Eligió el cementerio y la cárcel. Ese clima la siguió en sus viajes. Mary Shelley fue una pieza clave del mundo que la formó. Reveló la realidad que la incluía, la que no alcanzaba a contenerla, y al hacerlo la definió. Hay escritores que fundan su contexto, y ella creció en la época de Frankenstein.«
Esther Cross (Buenos Aires, 1961) es escritora y traductora y en 2013 publicó La mujer que escribió Frankenstein, un ensayo sobre Mary Shelley pero, sobre todo, un ensayo sobre el Londres en el que creció Mary Shelley; ese Londres de los resureccionistas, de los ladrones de cadáveres, de los asesinos Burke y Hare, de los cirujanos que operaban sin anestesia, de los experimentos del galvanismo, de los gabinetes de curiosidades médicas, del circo de los monstruos, de los cementerios y la presencia de la muerte en la vida cotidiana. Cross nos presenta a Mary Shelley y aunque no es capaz de desligarla de la alargada sombra de su marido —quizás sea imposible—, insiste en sus años antes de conocerlo, en cómo creció entre tumbas, entre poetas románticos tocados por lo tenebroso, en una realidad en la que las facultades de medicina y los cirujanos, en nombre de la ciencia, compraban cadáveres en buen estado a los ladrones de cuerpos. El tráfico de cadáveres ni siquiera constituía un delito y constituyó un negocio próspero hasta que en 1832, el Acta de Anatomía decretó que la donación a la ciencia de todos aquellos cuerpos que no hubiesen sido reclamados en tres días.
La mujer que escribió Frankenstein es más un retrato del momento histórico, político, social y cultural de la Inglaterra de la infancia y la juventud de Mary Shellley que no una biografía exhaustiva de la escritora. Cross contextualiza la época de Shelley y enmarca el reflejo en el que se mira el movimiento cultural al que pertenece la autora de Frankenstein, el romanticismo. La ficción no es más que el reflejo de la realidad, y la realidad de Mary Shelley era oscura y estaba poblada por cadáveres diseccionados, era el triunfo de la ciencia, el momento en el que la razón engendró monstruos, una época de cementerios, de naturaleza desatada, de tiniebla y de una humanidad que, por primera vez en mucho tiempo, empezaba a entender que podía ocupar el lugar que habían dejado vacío los antiguos dioses.
También te gustará: Memorias de los últimos días de Byron y Shelley; El año del verano que nunca llegó; Frankenstein
Memorias de los últimos días de Byron y Shelley, de E. J. Trelawny
E. J. Trelawny escribe sus memorias sobre los grandes poetas de su época, Percy Shelley (1792 – 1822) y Lord Byron (1788 – 1824), en 1858, unos treinta y seis años después de haberlos conocido en Italia. A través de cartas, recuerdos y poemas, este novelista aventurero, tan romántico como sus héroes literarios, nos ofrece un retrato vívido de los dos bardos ingleses poco antes de su muerte. Shelley es encantador, melancólico, siempre con un libro en la mano y una extraña fijación por navegar, todavía dolido por el exilio de su Inglaterra. Byron, dividido entre la poesía, el adulterio y la insurrección, a menudo se deja dominar por el orgullo y la vanidad y murmura que no se arrepiente de sus escasos pecados sino de los muchos que todavía no ha cometido. Dos figuras muy distintas entre sí que, sin embargo, se encontraban a gusto en compañía uno del otro y enriquecían sus pensamientos y obra poética impulsados por sus debates.
«Byron no soportaba la visión de aquella escena; se retiró a la playa y fue a nado hasta el Bolívar. Leigh Hunt se quedó en el coche. El fuego era tan intenso que el hierro de la parrilla se volvió blanco y el cadáver quedó reducido a grises cenizas. Lo único que no se consumió fueron algunos fragmentos de huesos, la mandíbula y el cráneo; pero lo que más nos sorprendió a todos fue el hecho de que el corazón permaneciese intacto.«
Advierte J. E. Morpurgo en la introducción a Memorias de los últimos días de Byron y Shelley que las memorias de Edward John Trelawny (1792-1881) son muy valiosas para quienes están interesados en los dos grandes poetas, pero que tienen el inconveniente de que su autor solo los conoció hacia el final de sus vidas -Shelley muere en 1822, el mismo año en el que se conocieron en Italia, y Byron, en 1824- y tan solo por unos pocos meses. Ofrece, pues, una aproximación muy íntima a los poetas, pero en un momento muy concreto de sus vidas, en una madurez y una plenitud que no siempre rigieron sus caracteres o sus propósitos. Shelley no había superado el dolor por la pérdida de sus hijos ni la nostalgia por volver a Inglaterra (Shelley abrazó el liberalismo en una época de gobiernos tories) y Byron parecía cansado de Italia, desengañado, reacio a confiar en nadie y, ya en Grecia, tremendamente decepcionado porque su idea sobre helenismo no coincidía con la realidad del territorio bajo dominio turco («No he venido para unirme a una facción sino para unirme a una nación«).
Y, sin embargo, la narración de Trelawny, romántica y mitómana, acerca al lector a la figura de los dos poetas y su entorno con una sencillez y una pasión arrebatadoras; fijando el punto álgido de estas memorias en la muerte y la incineración de Percy Shelley, con unos detalles propios del goticismo de aquel año sin verano de 1816 que los había llevado a orillas del lago Leman. Memorias de los últimos días de Byron y Shelley sin duda es un libro imprescindible para los amantes de romanticismo inglés de principios del siglo XIX, pero también un fragmento biográfico fascinante y perturbador de dos poetas extraordinarios que hicieron historia. Escrito con pluma ágil y emotiva, resulta un placer leer a Trelawny y descubrir, de primera mano, los últimos meses de dos figuras tan controvertidas y románticas. Las notas y la introducción de Morpurgo aportan el marco histórico y biográfico necesario para complementar las lagunas de la visión parcial y sobreentendida de la que a veces peca el autor.
Lector, no te lo pierdas.
También te gustará: El año del verano que nunca llegó; La visión del juicio; Abadía pesadilla; Frankenstein; El vampiro
Publicado en Blog
|
Etiquetado Clásico, Ensayo, Literatura británica, metaliteratura
|
5 comentarios
El diccionario del mentiroso, de Eley Williams
Mallory trabaja como becaria en la editorial Swansby desde hace algunos años. Su cometido es contestar las llamadas amenazadoras que entran cada día en la centralita de la empresa, llevarse bien con el gato y atender las excentricidades de David, el último Swansby editor. Hasta que un día, David, que está en proceso de digitalizar el victoriano Diccionario Enciclopédico Swansby, le pide que le ayude a identificar un puñado de términos inventados que se han colado en su diccionario. Aunque todavía no lo saben, el culpable de las palabras ficticias fue el encantador e imaginativo lexicógrafo Peter Winceworth, un joven que en 1899 se había atascado en la letra S del diccionario Swansby y que halló en la magia de las palabras consuelo para un corazón exhausto.
«—Le ruego que me perdone. No me había dado cuenta de que esta planta estaba cogida.
—(…) No se preocupe —dijo la joven—. Esta planta tiene la clara ventaja de venir muy recomendada. —Estiró la mano hacia Winceworth—. El doctor Livingstone, supongo. —Sus expresiones faciales pasaron de la desconfianza a un sentimiento compartido de bienhumorada conspiración. Winceworth, discreta e implausiblemente, y de un modo francamente poco práctico, sospechó que se había enamorado.«
Eley Williams es una profesora londinense de escritura creativa en la University of London y El diccionario del mentiroso es su primera novela. Poco más he encontrado sobre esta joven autora de la que ni siquiera sé si se licenció en filología o alguna vez se dedicó a la lexicografía, como los encantadores Winceworth y Mallory, pero uno de los grandes encantos de su novela es que pone de relieve la belleza de las palabras, incluso de las que no existen.
No estoy segura de recomendar El diccionario del mentiroso, una lectura que requiere de paciencia y de muchísimo tiempo; no porque sea dificultosa sino porque en cada párrafo la autora nos distrae con pequeños tesoros del lenguaje, como si durante un bonito y agradable paseo por la playa nos detuviésemos cada dos pasos para recoger entre la arena bellas piedrecillas de colores de formas inusuales. No soy buena con las metáforas, aunque espero que la anterior ofrezca una idea aproximada de lo que esta novela ha sido para mí. Me ha encantado la narración intercalada de las dos líneas temporales —la de Mallory en el siglo XXI y la de Winceworth en 1899—, así como el elenco de excéntricos personajes que desfilan por las oficinas de Swansby en cualquier momento. Sin embargo, confieso que mi historia preferida ha sido la de Winceworth, su tragicómico enamoramiento de Sophia (la escena de la fiesta o la del enorme pelícano blanco del Royal Park son sublimes) y esa ternura conmovedora de quienes todavía no saben que están tristes pero que comprenden que su vida es un sinsentido al que no le encuentran la gracia.
El estilo de Eley Williams es único, aunque Sexto Piso compara sus juegos de palabras con los de Nabokov y a sus personajes con los de Ali Smith, ahí lo dejo. Original y bellísima, como la idea de esta novela, su prosa se recrea en la riqueza del lenguaje y los significados de las palabras más curiosas, desgranando una trama al servicio de los protagonistas y de la lexicografía. Y aunque a veces coquetea con el absurdo, nunca pasa la línea más allá de las reflexiones y la forma de vida de unos personajes que no terminan de encajar en sus respectivas vidas. Sin duda, la novela más original que he leído en lo que va de año.
Lector, si necesitas algo distinto y te atreves…
También te gustará: La vida escondida entre los libros; El devorador de libros; El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo
Si quieres hacerte con un ejemplar haz clic en los siguientes enlaces:
El diccionario del mentiroso (en papel)
El diccionario del mentiroso (para Kindle)
Publicado en Blog
|
Etiquetado Libros excéntricos, Literatura británica, metaliteratura
|
10 comentarios
El gato que amaba los libros, de Sosuke Natsukawa
Al quedarse huérfano, Rintaro Natsuki, un adolescente hikikomori, se va a vivir con su abuelo, el propietario de una librería de viejo escondida en un rincón de la ciudad. Cuando el anciano muere, Rintaro se queda totalmente solo al frente de la librería sin más consuelo que su enorme amor por los libros y la oferta de su tía para mudarse a otro lugar. Pese a su aislamiento y contra todo pronóstico, la vida del chico está a punto de cambiar con la ayuda de tres visitas inesperadas: Akiba, la estrella del instituto, Sayo, su delegada de clase, y un gato parlante llamado Tora (tigre) que le pide ayuda en cuatro peligrosas misiones para salvar libros.
«En el mundo suceden muchas cosas absurdas, carentes de sentido. Y la mejor arma para sobrevivir a este mundo lleno de sufrimiento no es la razón ni la fuerza física, sino el sentido del humor.«
Grijalbo
Booktrailer
256 páginas
Fecha de publicación: 3 de marzo de 2022
ISBN: 9788425359934
Sosuke Natsukawa (Japón, 1978) es médico, ama los libros y escribe. Su novela El gato que amaba los libros ha recibido varios premios literarios y se ha traducido a treinta idiomas, sin duda, porque el amor por la literatura (y por los gatos) carece de fronteras. Es la primera vez que leo a este autor, con la feliz excusa de la iniciativa #MarzoAsiático, y me he llevado una sorpresa muy agradable no solo por su prosa clara y sencilla sino también por sus reflexiones literarias entre las páginas de una historia de ficción y por su maravilloso y universal concepto de los clásicos.
El gato que amaba los libros es la historia de cómo un adolescente asocial toma las riendas de su vida, pero también de cómo ese niño que se convierte en adulto toma conciencia de que amar la literatura es un don que, junto a toneladas de sentido del humor, puede cambiar el mundo. Al igual que Alicia cae por la madriguera del conejo y pregunta al gato de Cheshire por dónde debe continuar su viaje, Rintaro sigue la guía de Tora, también un gato parlante, para orientarse por varios laberintos metafóricos. Sosuke alterna la narración de la realidad de la librería de viejo y la soledad de su protagonista (ambas cuestiones muy actuales tanto en oriente como en occidente) con las reflexiones literarias que se plantean en los mundos fantásticos a los que lo arrastra el gato.
La novela no solo rinde un bonito homenaje a clásicos como la Alicia de Lewis Carroll o a El principito de Saint-Exupéry sino que además cita títulos, autores y cuestiones literarias muy actuales en nuestro presente sobre el valor de los libros, los conflictos editoriales y el desánimo de los lectores. Con una prosa brillante, precisa, de frases breves y diálogos ágiles, Sosuke conecta tan bien con sus lectores de todo el mundo porque cita por igual clásicos occidentales y orientales, consciente de que la universalidad de la literatura ha diluido cualquier frontera. Si bien estructura su historia según los cuatro laberintos metafóricos que plantea el gato, el verdadero encanto de este libro recae en su elegante correspondencia entre fantasía y realidad (eruditos, editores, postureo, vacío cultural, consumo de masas, vivir acelerados y sin tiempo…) y el mensaje de esperanza y optimismo que destilan todas sus páginas.
Lector, para leer con una taza de Assam y la promesa de la primavera.
También te gustará: La niña que iba en hipopótamo a la escuela; La fórmula preferida del profesor; La buena novela; Renacer de las cenizas; Musashino y otros relatos; El ganso salvaje
Publicado en Blog
|
Etiquetado encanto libresco, Fantasía, feelgood, Librerías mágicas, Libros excéntricos, metaliteratura, Novelas adorables
|
19 comentarios