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Sally en Rodesia, de Sheila MacDonald

En agosto de 1907, Sally llega a Rodesia del Norte —la actual Zambia— para casarse con Toby MacDonald. La joven pareja se instala en Salisbury, por aquel entonces la capital, y caen totalmente rendidos a la magia del África colonial. Sally en Rodesia es un compendio de las cartas que la protagonista le envía a su madre y a una amiga, desde agosto de 1907 hasta junio de 1912, contándoles sus aventuras cotidianas con el servicio doméstico autóctono, la maravilla de los paisajes, sus jardines, sus excursiones, y su cada vez más extraña vida social y doméstica a medida que la familia crece.

«Vaya luna, madre querida, gloriosamente clara y reluciente; un cielo brillante salpicado de estrellas, sin viento, tan solo una especie de canción fresca y suave que se cuela entre los árboles. Tengo el presentimiento de que voy a adorar África; hay algo que simplemente me llama y me atrae.«

Sheila MacDonald nació en Nueva Zelanda. Se casó en primeras nupcias con Toby MacDonald, con el que formó una familia y vivió en Salisbury, Rodesia, hasta 1924, fecha en la que su marido murió y ella se mudó con sus cuatro hijos a Inglaterra para escolarizarlos. Fue entonces cuando empezó a escribir para ganarse la vida y en 1916 publicó Sally en Rodesia, un delicioso testimonio epistolar sobre sus primeros años en África.

Las cartas recogidas en este libro son divertidas, carismáticas y valientes, un fiel reflejo de la personalidad de su autora. A través de su mirada y de su sentido del humor, comprendemos que Sheila MacDonald fue una mujer excepcional para su época y su educación, decidida a ver siempre el lado amable de la vida y dispuesta a sacarle partido a cualquier revés. Enamorada totalmente de África, trasmite, a través de su escritura vívida y enérgica, la mirada de una colona anglosajona que se ha mudado a vivir en una suerte de maravilloso paraíso sin domesticar.

Lectora, un librito epistolar y biográfico divertidísimo y genial.

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Londres bajo tierra, de Peter Ackroyd

La ciudad de Londres se asienta sobre rocas del período paleozoico de 120 millones de años, que nadie ha visto nunca, y se hunde en una arcilla tan compacta que soporta las centenares de prospecciones que sus habitantes han llevado a cabo durante distintas épocas históricas. Bajo la ciudad existe otro Londres subterráneo poblado de secretos, misterios, fantasmas y leyendas, pero también surcado por las vías del metro más antiguo del mundo, la canalización de trece ríos y afluentes o los yacimientos arqueológicos más curiosos del país. Clerkenwell Green fue una prisión subterránea que se cerró en 1877 y era tan inmunda que hoy en día sigue pesando una oscura maldición sobre el lugar; Lower Robert Street es una de las pocas calles bajo tierra que todavía quedan en Londres; no se excava desde Aldgate hasta Walthamstow porque fueron foco de peste y las bacterias resisten durante centenares de años; cerca de Saint Pancras se encontró el campamento de Julio César; y en 1832 se sacó del Támesis una colosal cabeza del emperador Adriano. Peter Ackroyd es un guía meticuloso y muy literario en este curioso descenso al Hades histórico más londinense.

«Incalculables son las personas que, sepultadas en las arcillas del período eoceno, se congregan a nuestro paso cuando nos desplazamos en uno de esos trenes subterráneos. Refugios y galerías con capacidad para albergar a millares de seres humanos en caso de desastre. Porque deambulamos por encima de lo que fuera la ciudad en el pasado, allí donde, bajo ocho metros de tierra amontonada y prieta, se guarda toda su historia, desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días. Superpoblado, entrelazado con la ciudad que contemplamos, el pasado se despliega bajo nuestros pies.«

Peter Ackroyd es un novelista y biógrafo inglés conocido por su interés sobre el estudio de Londres. Aunque ha sido reconocido y premiado por la crítica y el público por sus biografías de Tomás Moro o de Charles Dickens, entre otras, las tres obras más aclamadas del autor están dedicadas a Londres: Londres. Una biografía (2000), Londres bajo tierra (2011) y Londres Gay (2018). Aunque adoro tener en la estantería el enorme tocho de Londres. Una biografía (son más de mil páginas con letra pequeñita según estándares de señora victoriana), reconozco que me daba menos miedo leer por primera a Ackroyd en un ensayo más corto, pero igual de fascinante. El único problema de que Londres bajo tierra me haya gustado tanto es que ahora tengo más ganas todavía de leer Londres. Una biografía. Pray for me.

Con un estilo ameno y didáctico, Peter Ackroyd nos pica la curiosidad a través de un montón de anécdotas sobre el subsuelo de Londres y sus habitantes. Aproximadamente la primera mitad del libro versa sobre los hallazgos históricos y arqueológicos de la ciudad romana y medieval, así como sobre la canalización soterrada que fueron sufriendo sus distintos ríos y arroyos a lo largo de los siglos XVIII y XIX, por no hablar de El Gran Hedor de 1858. Pero, en mi opinión, el ensayo se vuelve mucho más fascinante en su segunda mitad, cuando el autor, muy cómodo al guiarnos a través de la época victoriana, nos cuenta las obras del primer metro en occidente (a bordo viajaron Oscar Wilde, Charles Dickens, Charles Darwin y, tal vez, Jack el Destripador), el proyecto Bazalgette (1861), o la excavación de túneles inquietantes bajo el Támesis a cargo de los Brunel (1825-1840). Igualmente fascinantes son los capítulos dedicados a los refugios bajo la superficie de la ciudad durante las dos guerras mundiales, las apariciones fantasmales subterráneas y las maldiciones por excavar tan cerca del infierno; también los capítulos sobre las instalaciones secretas bajo Whitehall o los pasillos ocultos bajo tierra que unen la sede del MI5 con la del MI6. Me ha encantado entender un poco más cómo eran los ferrocarriles subterráneos en época victoriana y las menciones literarias, históricas y sociales que Ackroyd tan bien sabe hilar con sus anécdotas.

Lectora, el Londres de la superficie no es más que la punta del iceberg.

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El último asesinato en el fin del mundo, de Stuart Turton

Cuando una niebla letal que no deja nada vivo a su paso arrasa todo el planeta, lo que queda de la especie humana se refugia en una isla protegida por las barreras tecnológicas más avanzadas. Años después, los supervivientes han creado una sociedad utópica y tranquila, en la que todos colaboran y se aprecian mutuamente. La violencia, la ira, el egoísmo o la envidia han sido eliminadas de esa sociedad gracias al liderazgo de tres científicos, los Ancianos, y al control neuronal de una inteligencia artificial llamada Abi. Pero cuando una de las Ancianas aparece asesinada y Abi ha borrado la memoria de todos, Emory y su hija Clara serán escogidas como detectives para hallar al culpable. ¿Cómo investigar un asesinato en una sociedad en la que la capacidad humana para matar a sus semejantes ha sido erradicada?

«—Pensaba que, si Abi tenía el control, podría alterar la naturaleza humana desde dentro. No más egoísmo, ni avaricia, ni violencia. Por primera vez en la historia, seríamos un solo pueblo, actuando en armonía para el bien de todos.
Sus ojos brillan; el futuro se refleja en ellos. Al oírlo, Emory cree cada palabra, y se pregunta qué podría haber logrado esa persuasión en otro lugar, en un tiempo diferente.«

Stuart Turton es un escritor y periodista británico que tiene el don de reinventarse en cada nueva novela que publica. Si ya me dejó boquiabierta con el whodunit en bucle temporal de Las siete muertes de Evelyn Hardcastle, y me enroló a bordo de El diablo y el mar oscuro, con El último asesinato en el fin del mundo me ha vuelto a sorprender por su originalidad y su imaginación a la hora de presentarnos otro whodunit muy fuera de lo común. He disfrutado mucho de esta novela, leyéndola al alimón con MH y elaborando teorías locas que, en mi caso, nunca se acercaban ni lo más remoto a la solución de Turton. Pero no sabéis lo que me ha costado escribir la sinopsis de El último asesinato en el fin del mundo sin revelar nada de nada.

Esta es una novela de ciencia ficción, pero también de misterio policíaco porque, por mucha sociedad post-apocalíptica que tengamos, la trama principal va de encontrar al asesino de uno de los personajes. Sin embargo, la originalidad de Stuart Turton nos plantea el misterio en una sociedad en la que es imposible que se esconda un asesino y en la que resulta más que improbable encontrar algo parecido a una detective. En tiempo presente de indicativo, la —poco fiable— narradora de esta historia es Abi, una inteligencia artificial capaz de leer los pensamientos de todos los personajes y de hablar con ellos en su cabeza. Una narradora, pues, omnisciente y que ha mapeado todos los futuros posibles, por lo que, a diferencia del lector, sabe lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará no solo en la isla sino en todo el planeta Tierra. De todas formas, ahí está lo genial de esta novela, en ir ordenando poco a poco la línea temporal de los sucesos criminales, en entender el funcionamiento y los misterios de esta isla post-apocalíptica y en alucinar muchísimo con lo que pasa por la cabeza de Turton. La dedicatoria, la nota final del autor y los agradecimientos son pura belleza. Mil gracias, señor Turton, deseando leer la próxima.

Lectora, para leer en buena compañía e ir elucubrando teorías sin acertar ni una.

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Aventuras de un joven naturalista, de David Attenborough

Tras la Segunda Guerra Mundial, el joven David Attenborough entra a trabajar en la BBC como productor en prácticas. En seguida se interesa por el programa sobre animales que presenta George Cansdale, superintendente del zoo de Londres: cada semana, el naturalista traslada un animal hasta el plató de la BBC para mostrárselo a los televidentes mientras señala sus características. Inspirado por Cansdale y por el documental rodado en Kenia por Armand Denis, De Safari, Attenborough decide emprender una nueva aventura en colaboración con el zoo de Londres y la BCC. Con un título en zoología y autodidacta en todo lo demás, les propone a Jack Lester, conservador de reptiles, y a Charles Lagus, un técnico de su edad que acaba de volver como segundo cámara de una expedición (infructuosa) al Himalaya en busca del abominable hombre de las nieves, rodar la serie Zoo Quest. Ese será el equipo inicial que se embarcará en extraordinarios viajes continentales para grabar, en sus respectivos habitats, a los animales más exóticos.

«Se paseaba de arriba abajo en su redil, arrastrando su enorme cola acorazada, como un monstruo de tiempos remotos. Era uno de los animales más fabulosos y extraños que había visto en toda mi vida. Mientras lo contemplaba, me acordé del alemán de la selva de Concepción; de las huellas y agujeros colosales que encontramos en Paso Roja; de las noches que pasé con Comelli recorriendo el monte cubierto de espinas e iluminado por la luna en el Chaco.
—Bonito, ¿eh? —dijo el cuidador.
—Sí —dije—. Muy bonito.«

David Attenborough (Londres, 1926) es un zoólogo y divulgador naturalista inglés, pionero en la grabación de documentales sobre naturaleza y productor de la BBC. Autor de un buen número de ensayos científicos y autobiográficos, en 1980 publicó por primera vez en un solo volumen sus tres libros sobre los viajes y experiencias biográficas de la grabación del programa Zoo Quest: Zoo Quest to Guyana (1956), Zoo Quest for a Dragon (1957) y Zoo Quest in Paraguay (1959). Con la magnífica traducción de Maria Lesta Conchado y una edición preciosa a dos tintas (cuidadísima), con fotografías, Ediciones del Viento nos trae esta trilogía maravillosa sobre los viajes de David Attenborough en busca de armadillos, dragones, manatíes, orangutanes, caimanes, murciélagos y todo un sinfín de fauna salvaje que a menudo dejaba al naturalista y a su equipo enamorados y para el arrastre.

David Attenborough tiene el don de contar. A modo de diario, el famoso naturalista narra los viajes más extraordinarios a través de selvas, pantanos, bosques, estepas y montañas para conocer mejor la fauna y la flora autóctonas. Su testimonio escrito es ameno, divertido y amable, y tiene ese fondo maravilloso de las aventuras clásicas. Escrito a lo largo de la década de los años cincuenta del siglo pasado, Aventuras de un joven naturalista es un diario autobiográfico de viajes, divulgativo y lleno de belleza, pero gran parte de su valor testimonial recae en el talento de Attenborough para trasmitir su amor y su respeto por la naturaleza. Aunque me ha resultado una lectura fascinante, que a menudo me hacía olvidar que tenía entre manos un testimonio vital real y no una ficción de aventuras, me ha incomodado un poco esa obsesión por capturar y encerrar animales en un transporte —que en ocasiones les causaba la muerte—para enviarlos a un zoo. Pero al igual que gran parte del encanto de estas aventuras reside en la dificultad de viajar a lugares tan remotos que apenas se detallaban en los mapas porque sucedieron entre 1956 y 1959, debemos comprender que la sensibilidad por la conservación y el respeto por la fauna y la flora del planeta era distinta en los naturalistas de aquella época. En este sentido, y también por la cercanía y la calidez de la narración, me ha recordado a los relatos naturalistas de Gerald Durrell.

Lectora, para viajar, con salacot y hamaca colgante, a lugar indómitos a finales de los años cincuenta del siglo pasado.

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La mujer de blanco, de Wilkie Collins

Walter Hartright es un joven profesor de dibujo londinense que, por intermediación de un amigo, acaba de conseguir un buen empleo en Limmeridge House, la mansión de los Fairlie en Cumberland. La víspera de su partida, presa de un extraño desasosiego, sale a pasear de noche y se encuentra con una extraña mujer fantasmal toda vestida de blanco. Impresionado por la joven, decide ayudarla antes de darse cuenta de que acaba de escaparse de un manicomio. Ya en Limmeridge, Walter conoce a su nuevo patrón, un pusilánime con una excelente colección de obras de arte, y a las dos señoritas a las que debe impartir clases de dibujo: Marian Halcombe, una muchacha inteligente, sensata, resoluta y con una conversación brillante, y su hermanastra, la bella y delicada Laura Fairlie, que guarda un enorme e inquietante parecido con la misteriosa dama de blanco. Pese a que Hartright sabe que su relación con Laura es imposible, su corazón cae preso para siempre de un amor incondicional que habrá de arrastrarlo al oscuro y terrible destino que parece rondar a las dos hermanas.

«Desperté con los ojos llenos de lágrimas y el corazón acelerado, pues yo sí creo en los sueños (…) Crea también, señorita Fairlie… se lo ruego, por su bien, crea como creo yo. Pregunte por el pasado de ese hombre de la cicatriz en la mano antes de pronunciar las palabras que la conviertan en su desdichada esposa. No se lo digo por mí, sino por usted. Mi interés por su bienestar durará mientras viva. La hija de su madre ocupa un tierno lugar en mi corazón, pues su madre fue mi primera, mi mejor y mi única amiga.«

Wilkie Collins (Londres, 1824 – 1889) es uno de los grandes novelistas victorianos de todos los tiempos. Autor de sensation novels, terror, misterio, suspense y novelas y relatos policíacos, entre sus obras más celebradas destacan La piedra lunar, Sin nombre, Armadale o, la que muchos críticos señalan como su novela más redonda, La mujer de blanco. Collins publicó por primera vez La mujer de blanco por entregas, entre 1859 y 1860, en la revista All The Year Round, dirigida por su amigo Charles Dickens, que acababa de publicar con gran éxito (también por entregas, en dicha revista) Historia de dos ciudades. Poco después, antes de que terminase 1860, salió editada en un volumen y, en 1861 se reeditó revisada y corregida por su autor. En los prólogos de las dos ediciones, Wilkie Collins agradece a los lectores el inmenso éxito de La mujer de blanco, que él atribuye a que se trata de un relato que jamás se aparta de los personajes, pues «siempre he creído (…) que el objetivo principal de una obra de ficción es contar una historia«.

Sólidamente documentada y revisada, La mujer de blanco fue una de las primeras novelas en las que los personajes se convertían en narradores de la trama, de manera que el lector, como un jurado, sacaba sus propias conclusiones del testimonio de cada uno de ellos. El peso de la narración recae en el magnífico diario de Marian Halcombe y en el testimonio de Walter Hartright, pero en esta historia de suspense todos los personajes, incluso los más secundarios, aportan su granito de arena, a veces para encaminar las sospechas del lector en una u otra dirección, y otras veces para ponerle los pelos de punta con la voz de los villanos. Pero, tal y como decía Wilkie Collins en su prólogo, aunque esta sea una novela de personajes también es, por encima de todo, una historia de misterio, de suspense, un thriller psicológico en donde el lector se erige en detective junto a los protagonistas para descubrir qué oscuro secreto oculta sir Percival Glyde, quién es Anne Catherick o cómo demonios ha conseguido el conde Fosco salirse con la suya.

Con su estilo elegante y sutil, Wilkie Collins da voz a sus personajes para relatar una historia sobre la usurpación de identidad, sobre la codicia y la maldad, pero también sobre la indefensión legal y social de las mujeres de su época —independientemente de su clase social o de su situación económica—, sobre el maltrato conyugal, las mentes psicópatas y la idea —compartida por Charles Dickens, que escribió a menudo sobre el sistema de justicia más injusto del mundo— de que «la ley sigue estando al servicio de quien tiene la bolsa llena«. Los lectores de Collins reconocerán su habilidad para mantener la tensión desde el principio hasta el final, sus atmósferas inquietantes y terroríficas, la extraordinariamente bien construida psicología de sus personajes y su interés por los sueños y la confusión de identidades. Por todas estas razones y porque Marian Halcombe me ha parecido el mejor personaje femenino victoriano de todos los tiempos, La mujer de blanco se queda como mi lectura preferida de este año.

Lectora, la novela más excelente de Wilkie Collins.

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