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Sally en Rodesia, de Sheila MacDonald

En agosto de 1907, Sally llega a Rodesia del Norte —la actual Zambia— para casarse con Toby MacDonald. La joven pareja se instala en Salisbury, por aquel entonces la capital, y caen totalmente rendidos a la magia del África colonial. Sally en Rodesia es un compendio de las cartas que la protagonista le envía a su madre y a una amiga, desde agosto de 1907 hasta junio de 1912, contándoles sus aventuras cotidianas con el servicio doméstico autóctono, la maravilla de los paisajes, sus jardines, sus excursiones, y su cada vez más extraña vida social y doméstica a medida que la familia crece.

«Vaya luna, madre querida, gloriosamente clara y reluciente; un cielo brillante salpicado de estrellas, sin viento, tan solo una especie de canción fresca y suave que se cuela entre los árboles. Tengo el presentimiento de que voy a adorar África; hay algo que simplemente me llama y me atrae.«

Sheila MacDonald nació en Nueva Zelanda. Se casó en primeras nupcias con Toby MacDonald, con el que formó una familia y vivió en Salisbury, Rodesia, hasta 1924, fecha en la que su marido murió y ella se mudó con sus cuatro hijos a Inglaterra para escolarizarlos. Fue entonces cuando empezó a escribir para ganarse la vida y en 1916 publicó Sally en Rodesia, un delicioso testimonio epistolar sobre sus primeros años en África.

Las cartas recogidas en este libro son divertidas, carismáticas y valientes, un fiel reflejo de la personalidad de su autora. A través de su mirada y de su sentido del humor, comprendemos que Sheila MacDonald fue una mujer excepcional para su época y su educación, decidida a ver siempre el lado amable de la vida y dispuesta a sacarle partido a cualquier revés. Enamorada totalmente de África, trasmite, a través de su escritura vívida y enérgica, la mirada de una colona anglosajona que se ha mudado a vivir en una suerte de maravilloso paraíso sin domesticar.

Lectora, un librito epistolar y biográfico divertidísimo y genial.

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El gran robo del tren, de Michael Crichton

En marzo de 1854, Francia y Gran Bretaña le declaran la guerra a Rusia para evitar que se anexione la península de Crimea. A través de la magnífica red ferroviaria inglesa, el banco londinense Huddleston & Bradford gestiona el transporte de los lingotes de oro, que constituyen la paga de los soldados destinados en Crimea, encargándose de su seguridad y custodia hasta su entrega en Francia. Las cajas de seguridad eran prácticamente inexpugnables y se precisaba hasta cuatro llaves para abrirlas, pues eran demasiado pesadas como para robarlas y todavía no se había inventado la dinamita para hacerlas saltar por los aires. Resumiendo: en 1854 era imposible asaltar el tren y robar el oro destinado a Crimea… o al menos parecía serlo hasta que el cerebro criminal victoriano Edward Pierce se propone llevarlo a cabo. Con un equipo de especialistas (cerrajero, escapista, vigilante, guardaespaldas y actriz) y una laboriosa investigación y preparación, en 1855, Pierce logró llevarse doce mil libras de oro de un tren en marcha.

«Edward Price abordó el delito con un auténtico desbordamiento de energías. Poco importa cuáles fueran sus fuentes de ingresos, o la verdad de sus antecedentes; una cosa es cierta: fue un ladrón magistral, que en el curso de los años había acumulado el capital suficiente para financiar operaciones delictivas a gran escala, convirtiéndose en lo que se denominaba un «organizador». Y hacia mediados de 1854 ya había desarrollado bastante el complicado plan que le permitiría ejecutar el robo más importante de su carrera. El gran robo del tren.«

Michael Crichton (1942 – 2008) fue un escritor y guionista estadounidense, con estudios universitarios de Antropología y Medicina, que estableció las bases del género literario llamado tecno-thriller y dio una nueva dimensión a la literatura clásica de aventuras, ciencia y suspense. Sus obras, traducidas a más de treinta idiomas y adaptadas al cine y a la televisión, siempre han gozado de una gran popularidad, pero quizás las más conocidas sean la saga de Jurassic Park y su serie televisiva Urgencias. Crichton publicó El gran robo del tren en 1975, basándose en la documentación, la prensa y el proceso judicial de los hechos reales acaecidos a mediados del siglo XIX en Inglaterra, y dirigió su adaptación cinematográfica —protagonizada por Sean Connery, Donald Sutherland y Lesley-Anne Down— en 1979.

Aunque basada en hechos reales y muy bien documentada, El gran robo del tren se lee como una trepidante novela de aventuras clásica rebosante de acción, emoción, suspense y ese tono socarrón que suele caracterizar a los protagonistas de Michael Crichton. El autor realiza una labor de documentación magnífica y nos sumerge totalmente en la época victoriana, en el Londres y la Inglaterra de mediados del XIX. Crichton le saca partido a la dramatización del robo, no solo mostrándonos una planificación espectacular y cinematográfica sino también un atraco lleno de tensión y riesgo. En sus manos, el personaje de Edward Pierce adquiere tintes heroicos, y escenas como la fuga de Newgate, la consecución de las llaves o el propio atraco a bordo del tren me han parecido de lo mejor que he leído en literatura clásica de aventuras y suspense. Es uno de esos libros que no puedes soltar.

Lectora, ojalá una editorial bonita volviese a editarlo porque está descatalogado.

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Aventuras de un joven naturalista, de David Attenborough

Tras la Segunda Guerra Mundial, el joven David Attenborough entra a trabajar en la BBC como productor en prácticas. En seguida se interesa por el programa sobre animales que presenta George Cansdale, superintendente del zoo de Londres: cada semana, el naturalista traslada un animal hasta el plató de la BBC para mostrárselo a los televidentes mientras señala sus características. Inspirado por Cansdale y por el documental rodado en Kenia por Armand Denis, De Safari, Attenborough decide emprender una nueva aventura en colaboración con el zoo de Londres y la BCC. Con un título en zoología y autodidacta en todo lo demás, les propone a Jack Lester, conservador de reptiles, y a Charles Lagus, un técnico de su edad que acaba de volver como segundo cámara de una expedición (infructuosa) al Himalaya en busca del abominable hombre de las nieves, rodar la serie Zoo Quest. Ese será el equipo inicial que se embarcará en extraordinarios viajes continentales para grabar, en sus respectivos habitats, a los animales más exóticos.

«Se paseaba de arriba abajo en su redil, arrastrando su enorme cola acorazada, como un monstruo de tiempos remotos. Era uno de los animales más fabulosos y extraños que había visto en toda mi vida. Mientras lo contemplaba, me acordé del alemán de la selva de Concepción; de las huellas y agujeros colosales que encontramos en Paso Roja; de las noches que pasé con Comelli recorriendo el monte cubierto de espinas e iluminado por la luna en el Chaco.
—Bonito, ¿eh? —dijo el cuidador.
—Sí —dije—. Muy bonito.«

David Attenborough (Londres, 1926) es un zoólogo y divulgador naturalista inglés, pionero en la grabación de documentales sobre naturaleza y productor de la BBC. Autor de un buen número de ensayos científicos y autobiográficos, en 1980 publicó por primera vez en un solo volumen sus tres libros sobre los viajes y experiencias biográficas de la grabación del programa Zoo Quest: Zoo Quest to Guyana (1956), Zoo Quest for a Dragon (1957) y Zoo Quest in Paraguay (1959). Con la magnífica traducción de Maria Lesta Conchado y una edición preciosa a dos tintas (cuidadísima), con fotografías, Ediciones del Viento nos trae esta trilogía maravillosa sobre los viajes de David Attenborough en busca de armadillos, dragones, manatíes, orangutanes, caimanes, murciélagos y todo un sinfín de fauna salvaje que a menudo dejaba al naturalista y a su equipo enamorados y para el arrastre.

David Attenborough tiene el don de contar. A modo de diario, el famoso naturalista narra los viajes más extraordinarios a través de selvas, pantanos, bosques, estepas y montañas para conocer mejor la fauna y la flora autóctonas. Su testimonio escrito es ameno, divertido y amable, y tiene ese fondo maravilloso de las aventuras clásicas. Escrito a lo largo de la década de los años cincuenta del siglo pasado, Aventuras de un joven naturalista es un diario autobiográfico de viajes, divulgativo y lleno de belleza, pero gran parte de su valor testimonial recae en el talento de Attenborough para trasmitir su amor y su respeto por la naturaleza. Aunque me ha resultado una lectura fascinante, que a menudo me hacía olvidar que tenía entre manos un testimonio vital real y no una ficción de aventuras, me ha incomodado un poco esa obsesión por capturar y encerrar animales en un transporte —que en ocasiones les causaba la muerte—para enviarlos a un zoo. Pero al igual que gran parte del encanto de estas aventuras reside en la dificultad de viajar a lugares tan remotos que apenas se detallaban en los mapas porque sucedieron entre 1956 y 1959, debemos comprender que la sensibilidad por la conservación y el respeto por la fauna y la flora del planeta era distinta en los naturalistas de aquella época. En este sentido, y también por la cercanía y la calidez de la narración, me ha recordado a los relatos naturalistas de Gerald Durrell.

Lectora, para viajar, con salacot y hamaca colgante, a lugar indómitos a finales de los años cincuenta del siglo pasado.

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La mujer de blanco, de Wilkie Collins

Walter Hartright es un joven profesor de dibujo londinense que, por intermediación de un amigo, acaba de conseguir un buen empleo en Limmeridge House, la mansión de los Fairlie en Cumberland. La víspera de su partida, presa de un extraño desasosiego, sale a pasear de noche y se encuentra con una extraña mujer fantasmal toda vestida de blanco. Impresionado por la joven, decide ayudarla antes de darse cuenta de que acaba de escaparse de un manicomio. Ya en Limmeridge, Walter conoce a su nuevo patrón, un pusilánime con una excelente colección de obras de arte, y a las dos señoritas a las que debe impartir clases de dibujo: Marian Halcombe, una muchacha inteligente, sensata, resoluta y con una conversación brillante, y su hermanastra, la bella y delicada Laura Fairlie, que guarda un enorme e inquietante parecido con la misteriosa dama de blanco. Pese a que Hartright sabe que su relación con Laura es imposible, su corazón cae preso para siempre de un amor incondicional que habrá de arrastrarlo al oscuro y terrible destino que parece rondar a las dos hermanas.

«Desperté con los ojos llenos de lágrimas y el corazón acelerado, pues yo sí creo en los sueños (…) Crea también, señorita Fairlie… se lo ruego, por su bien, crea como creo yo. Pregunte por el pasado de ese hombre de la cicatriz en la mano antes de pronunciar las palabras que la conviertan en su desdichada esposa. No se lo digo por mí, sino por usted. Mi interés por su bienestar durará mientras viva. La hija de su madre ocupa un tierno lugar en mi corazón, pues su madre fue mi primera, mi mejor y mi única amiga.«

Wilkie Collins (Londres, 1824 – 1889) es uno de los grandes novelistas victorianos de todos los tiempos. Autor de sensation novels, terror, misterio, suspense y novelas y relatos policíacos, entre sus obras más celebradas destacan La piedra lunar, Sin nombre, Armadale o, la que muchos críticos señalan como su novela más redonda, La mujer de blanco. Collins publicó por primera vez La mujer de blanco por entregas, entre 1859 y 1860, en la revista All The Year Round, dirigida por su amigo Charles Dickens, que acababa de publicar con gran éxito (también por entregas, en dicha revista) Historia de dos ciudades. Poco después, antes de que terminase 1860, salió editada en un volumen y, en 1861 se reeditó revisada y corregida por su autor. En los prólogos de las dos ediciones, Wilkie Collins agradece a los lectores el inmenso éxito de La mujer de blanco, que él atribuye a que se trata de un relato que jamás se aparta de los personajes, pues «siempre he creído (…) que el objetivo principal de una obra de ficción es contar una historia«.

Sólidamente documentada y revisada, La mujer de blanco fue una de las primeras novelas en las que los personajes se convertían en narradores de la trama, de manera que el lector, como un jurado, sacaba sus propias conclusiones del testimonio de cada uno de ellos. El peso de la narración recae en el magnífico diario de Marian Halcombe y en el testimonio de Walter Hartright, pero en esta historia de suspense todos los personajes, incluso los más secundarios, aportan su granito de arena, a veces para encaminar las sospechas del lector en una u otra dirección, y otras veces para ponerle los pelos de punta con la voz de los villanos. Pero, tal y como decía Wilkie Collins en su prólogo, aunque esta sea una novela de personajes también es, por encima de todo, una historia de misterio, de suspense, un thriller psicológico en donde el lector se erige en detective junto a los protagonistas para descubrir qué oscuro secreto oculta sir Percival Glyde, quién es Anne Catherick o cómo demonios ha conseguido el conde Fosco salirse con la suya.

Con su estilo elegante y sutil, Wilkie Collins da voz a sus personajes para relatar una historia sobre la usurpación de identidad, sobre la codicia y la maldad, pero también sobre la indefensión legal y social de las mujeres de su época —independientemente de su clase social o de su situación económica—, sobre el maltrato conyugal, las mentes psicópatas y la idea —compartida por Charles Dickens, que escribió a menudo sobre el sistema de justicia más injusto del mundo— de que «la ley sigue estando al servicio de quien tiene la bolsa llena«. Los lectores de Collins reconocerán su habilidad para mantener la tensión desde el principio hasta el final, sus atmósferas inquietantes y terroríficas, la extraordinariamente bien construida psicología de sus personajes y su interés por los sueños y la confusión de identidades. Por todas estas razones y porque Marian Halcombe me ha parecido el mejor personaje femenino victoriano de todos los tiempos, La mujer de blanco se queda como mi lectura preferida de este año.

Lectora, la novela más excelente de Wilkie Collins.

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Los gondoleros silenciosos, de William Goldman

Hubo un tiempo en el que los mejores cantantes del mundo fueron los gondoleros de Venecia. S. Morgenstern todavía recuerda el magnífico regalo de Navidad de una mañana de diciembre cuando, siendo niño, escuchó cantar a los gondoleros sobre el Gran Canal. Esta es la historia de Luigi, el último descendiente de una larga dinastía de gondoleros de voces prodigiosas, cuya habilidad con la pértiga no tenía parangón… hasta que decidió cumplir un sueño imposible.

«… porque en mi sueño había oído de nuevo el sonido de aquellos gondoleros navideños. Y, mientras parpadeaba, me di cuenta de que ningún niño de hoy puede disfrutar del privilegio de escuchar aquellas prodigiosas voces.
Y eso era algo terrible.
De súbito se apoderó de mí una obsesión: ¿por qué los gondoleros habían dejado de cantar? ¿Cuál era el motivo de su silencio? ¿Por qué se había privado al mundo de esa maravilla?«

William Goldman (1931 – 2018) fue un novelista, dramaturgo y guionista estadounidense genial que adaptó a la gran pantalla éxitos como Todos los hombres del presidente, Misery, La princesa prometida, Dos hombres y un destino o Marathon man, entre otras. Bajo el seudónimo de S. Morgenstern escribió las novelas de La princesa prometida (1973) y Los gondoleros silenciosos (1983), una hermosa y divertida fábula sobre los sueños imposibles y el misterioso silencio de los mejores cantantes del mundo.

La mejor carta de presentación de William Goldman la constituye, sin duda, ser el autor de La princesa prometida. Así que si en esta reseña os confieso que Los gondoleros silenciosos es la novela más divertida, ingeniosa, bella y original que he leído este año, sé que me creeréis. En apenas ciento cincuenta páginas, Goldman nos cuenta una fábula sobre abrazar la singularidad para encontrar un camino propio en el marco de una Venecia surcada por gondoleros cantantes, los peores turistas, unos instructores terribles, curvas imposibles, los mesoneros más peculiares y el mismo Enrico Carusso. Con su característico humor y su encantador estilo, Goldman trenza historia y fantasía para envolver al lector en un mundo desaparecido del que solo queda el eco olvidado de sus excéntricos héroes. La edición de Ático de los libros es preciosa, el libro más cuidado que he leído de esta editorial; la traducción de Mercedes Herrera Perol, magnífica.

Lectora, diez años después de la publicación de La princesa prometida, Goldman vuelve a poner en manos de Morgenstern una fábula divertida, conmovedora y bella.

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